30 de junio de 2025

Diego Suarez o Antsiranana / Madagascar


Barrio de pescadores, en Antsiranana

Al llegar a Diego Suárez o Antsiranana (nombre local) lo primero que hizo fue acercarse a cargar la tarjeta SIM del móvil, necesaria —todos sabéis— en este mundo de comunicación y redes sociales. Esto le llevó a la Rue Colbert, que recordaba de su primera visita a la ciudad; una de las calles con más reminiscencias coloniales, con esas casas porticadas, algunas reconvertidas en hoteles, que aún mantenía en su memoria. Le llevó a otros tiempos: al día en que una anciana mujer malgache se sentó frente a él y le habló durante un buen rato en idioma local, mirándole a los ojos. No entendía absolutamente nada de sus palabras, pero —sorprendido— aún lo recordaba.

La estancia actual duró varios días. Allí pasó el tan cacareado tifón Dikeledi, que resultó no ser gran cosa, al menos, así lo pensó el viajero insatisfecho.


Joven sakalava, con su cara pintada

Baobab local

Dos recorridos claves hizo durante esas jornadas por los alrededores. El primero, una visita a las famosas tres bahías (Bahía de Sakalava, las Palomas y las Dunas) que en realidad era una visita a la naturaleza malgache y un trayecto de disfrute de algunas peculiaridades de la zona. Este recorrido a pie, acompañado por un joven que se ofreció y a quien luego gratificó, era demasiado largo: al finalizar el caminante se encontró cansado, casi extenuado de tanto patear. A la llegada a la bahía de Sakalava, única con población estable y varios establecimientos para alojarse, pudo disfrutar de una bonita tradición local: varias mujeres y jóvenes, con su cara pintada con bellos dibujos geométricos. Visitó, además, un tradicional baobab, de una clase diferente a otros vistos, con sus ramas más horizontales respecto al suelo. En la bahía de las Dunas, un pequeño campamento de pescadores ofrecía la posibilidad, que aprovecharon, de comer y beber en plan local. Finalizaba en el faro, ubicado a la entrada de la gran bahía de Antsiranana. En los alrededores de éste, varios asentamientos de cañones antiguos, pero aún visibles, en defensa de la bahía.


Bahía de Sakalava (foto típica)


Antiguos cañones de defensa, y faro (al fondo)

Otro de los días, hizo una excursión a los tsingy rojos. Estaban localizados a unos 60 kilómetros de la ciudad. Necesitaba un transporte privado, lo que resultaba demasiado caro para hacerlo en solitario. Una joven malgache (acompañada de su hijo y un hermano adolescente) residente en Francia y de vacaciones en su país, le servirían de acompañante y compartiría gastos. Realizaron el viaje en un 4x4, con conductor-guía.


Paisajes de tsingy rojo


Los tsingy rojos eran unas formaciones, creadas por la erosión del viento y de la lluvia, compuestas de laterita y de material calcáreo, de colores rojos, amarillos y rosas. Aunque estaban protegidas por la UNESCO, corrían verdadero peligro de desaparición. Se podían hacer observaciones desde lo alto de un acantilado, donde se apreciaba un gran cañón con sus bordes constituidos por los tsingy. También, descendiendo este cañón se podían admirar de cerca y apreciar sus suaves formas. Un día lluvioso —posterior al paso del tifón Dikeledi— sirvió como acompañante natural en la visita. En el descenso al cañón, el suelo era resbaladizo y la sensación de deterioro de aquellas formas espectaculares era más que evidente. No produjeron ningún destrozo, pero la percepción de peligrosidad era manifiesta.

Una pena que tal maravilla natural esté expuesta a su desaparición.


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19 de junio de 2025

Santo Domingo / República Dominicana


Parque Colón, Santo Domingo

Pisaré tierra dominicana en el aeropuerto internacional que hay en Punta Cana, en el extremo este del país. Dormiré la primera noche por los alrededores, pero a la mañana siguiente saldré en autobús directamente a la capital, Santo Domingo. Esa era la intención del viajero insatisfecho, y fue eso lo que pasó.

La primera impresión que le causó Santo Domingo fue la de una gran ciudad, en su mayor parte tremendamente bulliciosa, pero donde le dejó el autobús, mucho más tranquila. Era una zona cercana al centro colonial de largas calles y avenidas, donde los coches y la circulación eran los protagonistas; menos, lo eran los peatones. A unos centenares de metros estaba el Palacio Nacional de la República, e influenciado por ello —dedujo— la seguridad parecía ser bastante buena. El hotel tenía buen aspecto, pero cuando accedió, sacaría una conclusión que mantendría a lo largo de todo viaje: la falta de profesionalidad del personal del hotel, la mala atención, la desgana y la falta de empatía de los empleados dominicanos. Con alguna excepción, en su recorrido por los hoteles de las poblaciones, pudo demostrar dicha conclusión. En algunos casos diría que, para lo que ofrecen, el precio era excesivo.

La zona colonial de Santo Domingo era si no espectacular, si al menos interesante. Esta zona —concentrada en los alrededores del Parque Colón y catedral de Nuestra Señora de la Encarnación— estaba bastante bien cuidada, incluso, en los momentos de esta visita, varias calles aledañas aparecían en obras de mejora.

El turismo mandaba, y el aumento de éste era, según datos, un hecho real.


Una de las puertas de la catedral de Nuestra Señora de la Encarnación

Casa del Cordón

La arquitectura de la catedral de la ciudad se caracterizaba por su estilo gótico tardío, sólidas paredes y tres puertas principales de acceso, una de ellas de estilo plateresco. En su entorno, era interesante también la calle de las Damas, que tenía como atractivos varias casas coloniales, en alguna de ellas vivió Diego Colón, hijo de Cristóbal Colón y virrey de las Indias; la Fortaleza Ozama; el panteón de la Patria, o la casa de Rodrigo de Bastidas. También, por los alrededores, la casa del Cordón, una de las primeras casas de piedra de América y probablemente la primera de dos pisos.

Por toda esta zona hizo un recorrido matinal guiado —de esos que ofrecían gratis, pero luego exigían una elevada propina— al día siguiente. En la plaza de España, al final de la calle de las Damas, un pequeño reloj de sol daba muestra así de la antigüedad de la zona. En esta plaza, se encontraba el Alcázar de Colón y la puerta de Don Diego, que servía de acceso al interior amurallado.

Como dato anecdótico, en una de las calles aledañas al Parque Colón, había una estatua, a pie de calle, como homenaje a Joaquín Sabina, y un pequeño bar.


Bar Sabina

Ruinas del hospital San Nicolás de Bari

En solitario, ya había descubierto las ruinas del antiguo hospital de San Nicolás de Bari, el primer hospital de las Indias; las —también— ruinas del Monasterio de San Francisco, y otros muchos edificios coloniales, en algunos casos, reconvertidos en museos y hoteles. Esos paseos le llevaron por otros muchos lugares. Le llevaron, por ejemplo, al monumento (moderno) a Fray Antón de Montesinos, que rendía homenaje al célebre defensor de los indios taínos.

Tres días de intensos y fructíferos paseos dedicó a la ciudad de Santo Domingo.


Monumento a Fray Antón de Montesinos

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6 de junio de 2025

Ambanja y, más al norte, Ankarana / Madagascar


Puente destruido sobre el río Ifasy. Cruzando el río en barca.

Sabía, porque recordaba del anterior viaje a Madagascar (hacía unos 30 años), que la distancia entre Mahajanga —donde estaba— y Ambanja sería larga. Le esperaba otra noche completa de insufrible minibús, pero parecía que era la solución más acertada. Las poblaciones de paso entre estas dos ciudades, no tenían nada interesante. Aunque Ambanja tampoco, pero era quizás un buen sitio para hacer un alto en el camino, descansar y luego continuar viaje más al norte.

Llegó a Ambanja a primera hora de la tarde, después de la incómoda noche en el bus. Buen momento para buscar hotel donde pasar la noche, pero… ¿qué hotel? No sabía, y pidió de nuevo ayuda a un rickshaw que, por cierto, consiguió con verdadera dificultad. No había muchos por los alrededores pues el minibús les había dejado fuera de la terminal de buses, en una calle apartada donde debía descargar gran parte del material que llevaba en el techo: en la baca, siempre cargada hasta los topes. Debió de encontrar el richshaw menos espabilado de la ciudad, pues después de las indicaciones sobre las características mínimas del sitio, le llevó a un hotel destartalado, rayando los bajos fondos. El segundo tampoco tenía las condiciones mínimas de habitabilidad, y no sería hasta el tercer intento cuando vio algo aceptable, aunque realmente apartado del ambiente céntrico de la ciudad. Pensó que este meollo no existía, pero luego de tomar posesión de la habitación y darse una refrescante ducha, descubrió que sí había un centro muy movido y ambientado de gente, muy cerca de la terminal de transportes, donde, en territorio africano, suele haber siempre atmósfera de mercadeo y movimiento.

No le preocupaba mucho recorrer la ciudad pues sabía que, después de visitar el norte extremo del país, volvería otra vez a Ambanja.

Para tomar el primer refrigerio del día, hizo un almuerzo tardío —sobre las cinco de la tarde— en el hotel Palma Nova, y le vinieron a la memoria sus años de estancias mallorquinas en la playa del mismo nombre. Allí conocería a un personaje-guía que, al día siguiente, le ayudaría a llegar a la entrada de la Reserva Especial de Ankarana, para posteriormente ejercer de guía durante el recorrido.

¡Pero vaya trayecto hasta allí!

Emplearon gran parte del día siguiente en una distancia no excesivamente larga, entre Ambanja y Ankarana.

En este trayecto para llegar a la entrada de la Reserva, dos grandes puentes sobre dos ríos habían sido derrumbados por pasadas inundaciones (¡en la carretera nacional norte-sur, RN-6!), hacía ya unos años, y era necesario atravesar su cauce en pequeñas barcas. Por clarificar movimientos: el primer minibús local les llevaría —recuerde el lector que va con otro personaje— hasta la orilla del primer río, estación final para el vehículo. Allí, lo atravesarían en una pequeña barca y tomarían otro minibús hasta el siguiente río, cuyo puente también había desaparecido y, de nuevo, otra barca para cruzarlo. Del otro lado, les esperaría un nuevo minibús local para continuar trayecto hasta la puerta de la Reserva Especial de Ankarana.


Entrada a la Reserva Especial de Ankarana

Tsingy, en la Reserva Especial de Ankarana

Puente colgante sobre los tsingy

Esta Reserva era conocida por los tsingy: unas formaciones rocosas muy especiales y de espectaculares aristas, formadas por las aguas subterráneas que habían ido socavando las tierras altas y habían creado cavernas y fisuras en la piedra. Componían sin duda un paisaje muy original y tremendamente peligroso para los normales movimientos humanos. Estas zonas poseían gran cantidad de fauna: reptiles; anfibios, en las aguas subterráneas; lémures; murciélagos y hasta una gran variedad de caracoles. Por supuesto, abundante y variada flora.

La expedición duró una larga jornada. El viajero insatisfecho —aunque satisfecho y tranquilo— llegó de regreso, al campamento base a la entrada de la Reserva, agotado.


Lémur corona, en los tsingy

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