23 de septiembre de 2011

La incertidumbre en el viaje

Las principales preocupaciones de un viajero novato (llámese turista, obrero vacacional, trashumante o mochilero) no son tanto los problemas básicos (por ejemplo, conseguir agua en un país desconocido o buscar la bus-station necesaria) como las zozobras e inconvenientes indeterminados. El viajero novicio se preocupa menos por los peligros visibles (el leopardo lejano que le pueda atacar) que de las amenazas vagas e inconsistentes que puedan surgir en el momento más insospechado y contra las que no está suficientemente protegido.
Y lo dice aquí, en estas líneas, por haberlo sufrido en sus carnes.
Un elemento impredecible puede ser objeto de desánimo para el viajero principiante tanto o más que los supuestos peligros o revueltas ciudadanas violentas conocidas que -supongamos- ocupan las portadas de los diarios en aquel determinado lugar a visitar.
El desconocimiento del idioma, en concreto, añade a ese desánimo un cierto halo de tremendismo y desesperación. No se encuentra seguro si no sabe, o mejor dicho, si no puede explicar su problema o la solución a éste. Por ejemplo, no le preocupa la revuelta violenta en sí misma sino más bien cómo convencer al que pretenda abofetearle con una porra que él no pertenece a esa movilización sino que es un visitante que pasaba por allí. El nerviosismo en los preparativos del viaje tiene, en la mayoría de los casos, su origen en el desconocimiento de la lengua del sitio que se pretende recorrer y al que se pretende enfrentar. En definitiva, la propia incapacidad para protegerse a sí mismo de esa incertidumbre e intranquilidad.
Desasosiego muy cercano en el recuerdo de este viajero insatisfecho.


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