29 de octubre de 2025

Harare -llegada al país- / Zimbabue


National Gallery of Zimbabwe

Llegó a muy buena hora a Harare, Zimbabue. El avión aterrizaba avanzado el mediodía: un buen momento para realizar —después del visado— los pequeños trámites aeroportuarios antes de lanzarse a sus calles. Entre ellos, conseguir una tarjeta-SIM, cambiar un mínimo de dinero (en los aeropuertos suelen proponer mal cambio) y regatear con algún taxista para desplazarse a la guesthouse que había contratado para una noche por internet. Una negociación dura: los taxistas defienden sus intereses y suelen querer imponer sus criterios de cobro. Allí mismo, mientras realizaba el cambio de tarjeta en el móvil, arregló con un muchacho —no taxista— su traslado a la ciudad.

La guesthouse estaba cercana pero no en el centro. Una vez instalado, el restaurante de un Centro Cultural cercano y ajardinado le sirvió para tomar el primer contacto con el país, y su primera comida.

Harare era una ciudad con historia. Fue la antigua Salisbury, capital de la antigua Rodesia, colonia británica. Su herencia se notaba en muchas zonas de la ciudad, sobre todo en el centro, en el downtown. Pasear por él, como hizo el viajero insatisfecho al día siguiente de su llegada, era hacerlo entre rascacielos, oficinas —en apariencia modernas—, tiendas de artículos de moda, centros comerciales, etc. Todo ello, en cierta medida, un poco decadente. Sus gentes, moviéndose como paseantes ocupados, enganchados a sus móviles y haciendo pasar desapercibido a este visitante foráneo, blanco y distinto. En otras zonas menos céntricas, se sentiría más observado.

Una de sus primeras visitas fue la National Gallery of Zimbabwe, a un lado de Harare Gardens: un jardín, abandonado, sucio y sufriendo el paso del tiempo con mentalidad de refugio de gentes desocupadas —quizás, perezosas— y abandonadas a su suerte. Tuvo, sin duda, mejores épocas.


Uno de los edificios de Harare

Más paseos y más impresiones.

Cuando caminas por una ciudad africana y vives el auténtico ambiente, en ese toque de caótico desorden cuesta encontrar sentido a esa vida diferente. Después, recapacitas, fijas tu atención en detalles y comienzas a entender cómo es el día a día en una ciudad africana. Sorprenden cosas, movimientos e impulsos.

Le llamó la atención, aunque ya tenía conocimientos, “la dolarización” en Harare, y en el resto del país. Tenían su propia moneda local (dólar zimbabuense), pero el dinero que manejó siempre y que manejaban las gentes, incluso para las pequeñas cosas, fue el dólar estadounidense. Le sorprendió la colocación de la gran estatua de Mbuya Nehanda, heroína de la guerra de liberación de Zimbabwe, en un importante cruce de calles y elevada en el centro sobre una gran estructura de pasarelas. Pero así eran y son los africanos. No quiso profundizar mucho más en esta capital africana, pues, aunque todas ellas tienen su particular interés, le parecen repetitivas, en cuanto a vida, ambiente y confort.


Sobre las pasarelas la estatua de Mbuya Nehanda


Estatua de Mbuya Nehanda

Aquí comenzó otro más de sus periplos africanos, cada vez más acelerados, en especial en estas grandes urbes.

Debe serenarse este mochilero, pero no sabe si algún día lo logrará.

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9 de octubre de 2025

De la Tierra a la Luna, de Julio Verne


De la Tierra a la Luna, de Julio Verne [libro]

El viajero insatisfecho suele escribir siempre de viajes. En esta ocasión, no cree estar traicionando su línea por hablar brevemente de un libro, que es un verdadero relato imaginativo y viajero.

El otro día retomó el libro De la Tierra a la Luna, de Julio Verne. Lo ojeó y lo leyó en un par de tirones. Hacía mucho que no leía a este autor, que fue uno de los autores preferidos, y referente en época juvenil.

De la Tierra a la Luna es una de las pocas novelas que se le había pasado por alto y le ha producido, ahora, una sensación grata. Los personajes protagonistas Barbicane o Michel Ardant —luego aparecerá el capitán Nicholl— se dejan querer. Y el tratamiento aventurero que el autor da a esta alocada historia genera, o eso cree, simpatía en el lector hacía los personajes.

Destacable parece la potente información que posee el autor sobre los temas técnicos que deben solventar para cumplir con la aventura, que no es otra que un viaje a la Luna. Las explicaciones son minuciosas y comprensibles; los cálculos realizados, independientemente de su veracidad o no, son concienzudos.

Preguntas como desde qué latitudes es menos costoso dispararle a la Luna, o los cálculos respecto a la bala, y el punto donde escapa de la gravedad de la Tierra para ser absorbida por la gravedad de la Luna, son presentadas y resueltas con gran habilidad, y técnica.

La novela tiene buen ritmo, quizás un poco tediosa en la primera parte, donde se dan los datos más técnicos del viaje. Construye una buena trama, hay incertidumbre y un buen final.

No se puede pedir más a una novela de aventuras.

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