23 de agosto de 2025

Samaná / República Dominicana


Bahía de Samaná, vista desde el malecón

Llegó a la población de Samaná, en la península homónima, desde Las Terrenas. La población estaba situada en una bahía, en la que se apreciaban varios barcos de poco calado, más bien botes dedicados al transporte de turistas; pequeños veleros, y poco más. Desde el recién estrenado malecón, le llamó la atención el puente peatonal que se veía a lo lejos y que enlazaba con un pequeño islote que había en la bahía. Lo recorrería uno de los días.

Poco que ver en esta población, que tomó como base para visitar uno de los días Las Galeras y, otro, El Valle. Ambas poblaciones y playas con poco atractivo al margen de las playas en sí.

El trayecto a Las Galeras, aunque era más largo que el de El Valle, tampoco le llevó mucho tiempo. El minibús le dejó al borde de la playa, después de atravesar la población por la vía central que a primera vista catalogó de pequeña villa turística. Vivía, en apariencia del turismo local y, algo menos, extranjero. Como la playa no era (ni es) uno de los fuertes del viajero insatisfecho quiso conocer un poco los alrededores. Un taxi-moto le pareció la mejor opción. Primero le llevó a una mina de mármol, en apariencia abandonada, pero en la que pudo apreciar la forma en que extraían, en grandes bloques, el material del interior. Luego, a través de pequeñas carreteras se acercaron a la playa Rincón, donde desembocaba un río que, según le dijeron, tenía cierta belleza natural. Y sí, en la misma playa, desembocaba Caño Frío, un pequeño río de aguas cristalinas que mezcladas con la vegetación componía imágenes muy naturales, con cierto encanto. Recorrió sus orillas durante un trayecto, sacó unas fotos y poco más.


Entrada a la mina de mármol


Caño Frío

Un minibús, a primera hora de la mañana en Samaná, le acercó el día siguiente a El Valle. Una zona de exuberante vegetación, que mantenía aún el atractivo rural y de tranquilidad al ser zona de agricultores y hacenderos. El transporte le dejó en una zona apartada, cerca de la pequeña casa Don Cacao, de Federico. Este viejo labriego le enseñó el proceso artesanal y rudimentario de transformación del cacao.


Salto El Castaño, en El Valle

Todo ello también estaba cerca del salto El castaño, que pretendía visitar. No había visto foto alguna en internet del salto, que luego le decepcionó. Todas las penalidades sufridas hasta llegar a él, no cree que merecieran la pena, aunque positivando la experiencia podría decir que sí. La subida en solitario por el cauce del pequeño arroyo se hizo un poco penosa y este mochilero no conocía la distancia que debía recorrer hasta llegar. La soledad del paraje y la sensación de estar perdido casi le hicieron volver sin alcanzar su objetivo. Menos mal que encontró a un labriego, montado a caballo que trasportaba plátanos, y le ayudó a conseguir la meta: el salto. Chapoteando por el arroyo, a la vuelta, regresó a la población de El Valle. Visitó su playa, y finalizó la tarde y la jornada en la terraza de un bar, frente a una cerveza Bohemia, la primera vez que la tomaba. Durante la estancia en el país, se había centrado en la Presidente, la cerveza más famosa de la República Dominicana.

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8 de agosto de 2025

Recorrido norte / República Dominicana


Parque, en la población de Nagua

Después de Puerto Plata, el viajero insatisfecho fue recalando y sondeando algunos puntos por la costa norte dominicana. Paró en Cabarete, donde pasó dos noches, pero le resultó una plaza playera de poca enjundia. Una playa turística, pero también con ambiente local, y con unos alrededores de naturaleza verde, pero poco significativos.

La siguiente estación, elegida de manera arbitraria, sería la ciudad de Nagua, una de las poblaciones más insulsas de toda la isla, al menos, de las pisadas por este mochilero. Encontró un hotel barato, en el que pasó una única noche, pero lo que ofrecía eran unas comodidades escasas. La ciudad, a orillas del mar, vivía de espaldas a éste, aunque entonces estaban iniciando la construcción de un malecón que inevitablemente hermanaría a la ciudad con el mar. Un ridículo parque ajardinado, de una manzana de extensión, era uno de los estímulos turísticos, al menos, al preguntar por ellos, allí le enviaron. De allí, partió al día siguiente hacia Las Terrenas.


Caballos, a veces, utilizados para llegar al salto de El limón

Esta localidad hasta mediados del siglo XX era un pueblucho de pescadores, pero el turismo en esta región estuvo en constante crecimiento debido a la inversión en construcciones turísticas como hoteles, discotecas, restaurantes y plazas comerciales. Al recalar allí, se dio cuenta de la importancia del turismo, por los muchos hoteles que circundaban las extensas playas. Un pequeño apartamento, alejado del bullicio playero, encontrado por Booking, fue el lugar elegido para pasar unos días y noches en la zona.


Salto de El limón

Lo primero que visitó por los alrededores fue el salto de El limón, cerca de la población del mismo nombre. Tomaría un minibús en Las Terrenas hasta el pueblo El limón y allí otro que le dejaría en una de las entradas o acceso a la senda que le llevaría al salto. Desde la entrada hasta el salto eran necesarios unos cincuenta minutos de caminata, de subidas y bajadas por estrechas sendas. Atravesó el arroyo que formaría la cascada, centenares de metros antes de avistarla. La panorámica del salto, una vez a sus pies, después de bajar cientos de escalones entre naturaleza abrupta, no le dejó indiferente. En medio de esta naturaleza dominicana, la caída de las aguas desde una altura de unos cuarenta metros conformaba una cascada de gran belleza. Estaba ocupada ese día por gran número de turistas, tanto locales como extranjeros, que se divertían en ocasiones con los baños en el pequeño estanque que se formaba en su base.

Fue una jornada diferente, en la que pudo huir de playas, uno de los atractivos más populares en República Dominicana.


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