29 de marzo de 2025

La Avenida de los baobabs, Morondava / Madagascar


De camino a la Avenida de los baobabs

La ruta o carretera RN7 recorría el centro del país —de sur a norte— hacía Antananarivo. Ahora, el viajero insatisfecho transitaba por esa ruta. Desde Fianarantsoa hacía el norte, la próxima escala sería en Antsirabe. Pero una breve escala, pues había pensado dirigirse hacia Morondava, una apartada ciudad al oeste del país, fuera de la ruta. Todo seguido, sin descansar, ni dormir, únicamente el tiempo suficiente para un cambio de transporte. Otro palizón más, pues lo previsto era pasar la noche en el minibús, lo que añadía aún más horas de transporte a su ya cansado “cuerpín”. Como así fue. Salió ya sin luz de Antsirabe. Una larga y oscura noche, con una breve parada para la cena, en un pequeño poblado donde la electricidad brillaba por su ausencia, hasta que el amanecer y la luz solar abrieron la posibilidad de panorámicas visuales sobre el paisaje atravesado. Extensas llanuras agrestes con arbustos ásperos, en apariencia, y pequeños montículos de la misma calaña. Pocas zonas de tierras cultivadas. Pararon a desayunar en un poblado bullicioso —humildes viviendas en medio de una llanura— que ya había empezado a vivir.

[Los malgaches madrugaban, y la actividad, sobre todo en las pequeñas poblaciones, comenzaba temprano].

¡Qué calor hacía en Morondava! Llegó a primeras horas de la tarde. La ciudad, a orillas del mar, era un verdadero horno. Con ese calor que penetraba en el interior de la piel y costaba desprenderse en las noches. ¡Qué difícil era conciliar el sueño!

Aunque, también, cayeron varios chaparrones que dificultaban los movimientos y paseos en el día.


Pescador y barco, en la playa de Morondava

Esta ciudad tenía una extensa playa donde llegaban los pequeños barcos con sus pocas capturas, durante la semana, y donde salían a disfrutar los lugareños, los fines de semana. Solamente, el domingo pudo observar grandes grupos de personas, y familias, disfrutando del relax playero. El hotel Menabe, donde se hospedaba, pertenecía a un empresario o familia musulmana. Había muchos lugares musulmanes en la ciudad y se hacía difícil conseguir una cerveza. En otros, en especial en uno donde comió uno de los días, la tenían en abundancia, y muy fresquita.

La visita a Morondava tenía como objetivo principal conocer la Avenida de los baobabs, donde se encontraba la mayor concentración de la especie más grande de baobabs del mundo: los Adansonia grandidieri. Según la leyenda —los lectores de estos escritos seguro que la conocen— los baobabs eran muy presumidos, por su hermosura y majestuosidad, y no paraban de crecer, siempre por encima de otros árboles. Los dioses, molestos por su actitud —y para “bajarles los humos”— les dieron la vuelta, dejando las raíces al aire. De ahí su aspecto, sobre todo cuando pierden la hoja.

También, eran los árboles odiados por el Principito (El Principito, de Saint-Exupéry) porque hacían peligrar su asteroide.

Bueno, independientemente de la leyenda y relato, esta avenida componía uno de los paisajes más impresionantes de todo Madagascar.


Avenida de los baobabs

Contrató un rickshaw motorizado para que le acercara al lugar (80.000 ariarys, unos 16 euros), distante de la ciudad unos veinte kilómetros, y poder apreciar lo que era un paisaje espectacular: grandes baobabs a ambas orillas de un camino, y también salpicados entre el paisaje cercano. Por este camino/avenida de tierra circulaban animales, personas y bicicletas, diseñando por sí solos naturales y preciosas instantáneas. Pasó la mañana recorriendo la zona. Se acercó, también, a un lugar —alejado— donde habían crecido unos baobabs unidos, “enamorados”, por su original composición.

Desde Morondava, intentaría ir a Bello-sur-Mer, una población de pescadores, —el libro/guía lo definía como interesante— pero no había transporte todos los días y, precisamente, el día pretendido no existía tal.

Siguiente destino: regreso a Antsirabe.


"Los novios", enamorados (dos baobabs)

Copyright © By Blas F.Tomé 2025

5 comentarios:

  1. Pues si El Principito los odiaba, para mí el baobab tiene una resonancia poética. No recuerdo exactamente de qué obra de teatro se trataba, no estoy seguro si era de Tagore. Era de esas obras que representamos en época escolar y esa palabra (no tenía entonces la imagen) todavía resuena en mis "entretelas", como cuando haces vibrar una copa de fino cristal (tampoco hace falta que sea de Bohemia :)
    Un abrzte!

    ResponderEliminar
  2. "Este árbol era grande, fuerte e inmortal
    colmado de flores preciosas.
    Era tanta su grandeza y majestuosidad,
    que un día pensó que era digno de estar
    junto a los dioses.

    El Baobab creyó que era un dios
    como los que lo habían creado.
    Fue esa arrogancia y egoismo
    lo que hizo enfadar a los dioses,
    quienes decidieron castigarlo.

    Un día, el Baobab descubrió
    que sus flores ya no estaban y sus
    copas ya no eran preciosas.
    Los dioses habían hecho que el árbol
    creciera al revés, con las raíces hacia
    el cielo y las flores bajo tierra." (Textos del Principito)
    FIN.

    ¿No os recuerda el Baobab a alguien con pelo rubio platino? Ahí lo dejo...

    Soy de las que abraza árboles, imaginaros que fotografía me gusta de este post...

    Besotes.



    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, le da un aire :) Pero yo en vez de peloplatino diría pelopaja.

      Eliminar
    2. Qué pena!! Me he perdido con lo de "peloplatino", y mira que le estoy dando vueltas. ¡Torpe!

      Eliminar
  3. Bueno, EMILIO, se acepta lo de "pelopaja", pero aquí no diría lo de, "como animal de compañía... ¡Vamos, ni en pintura!!
    Por cierto, creo que ambos me habéis salido algo poetas. Bonito ese último párrafo de tu primer comentario: -" todavía resuena en mis "entretelas", como cuando haces vibrar una copa de fino cristal"...
    ¡Vaya dos!! 😀😃
    Seguro que IGOA está de acuerdo.

    No eres torpe, BLAS, sólo que piensas lento. 😉


    ResponderEliminar