Las gargantas de Kola, cerca de la ciudad de Guidar
La insistencia de aquel taxista, amigo-interesado en la ciudad de Garoua
(Camerún), fue el detonante principal para que el viajero insatisfecho visitara las gargantas de Kola. Aunque
venía información en su libro-guía,
no había reparado en ello. Normal, por otra parte, pues su costumbre era (y es)
consultar el libro cuando ya ha iniciado el viaje y, como siempre, sin haber
preparado absolutamente nada del recorrido. Tema éste por el que siempre recibe
desproporcionadas críticas o, al menos, alguna arenga particular en contra de
este planteamiento de viaje. Pero así es, y así lo deja dicho.
Una vez visitadas, consultó de nuevo su libro-guía
y allí estaba la breve información sobre aquellas gargantas rocosas, incluso una
fotografía. No obstante, no era una zona muy explotada y la información sobre
ellas era escasa. Tal vez, lo apartado del lugar evitaba que esa profanación turística
fuera excesiva.
Aquí, el mochilero (de mochila azul) dejará sus impresiones. No serán gran
cosa, pero son suyas. Le sorprendieron, sí. No tenía ni idea de que en Camerún
pudiera haber algo así, y era una de las principales curiosidades naturales de
la zona, siempre y cuando no contemos -haciendo un poco de antropólogos- con
los diferentes grupos étnicos que abundaban en la región (guidar, mbororo, bana, kapiski o
mafa).
Peñas y borricos en el camino hacia las gargantas de Kola
En la ciudad de Guidar alquiló, algo que se está convirtiendo en rutina, una
moto -con motero incluido- pues según las informaciones no estaba muy lejos
(unos 9 kilómetros) pero por un camino de tierra que era necesario conocer.
Así, el motero se convertía en medio de transporte pero también en guía local.
Transitaron despacio -algo que previamente le había impuesto al joven piloto/conductor-
por aquellos parajes secos del norte de Camerún. Un panorama seco, salpicado
por montones de grandes rocas, salteado de caseríos de los pueblos guidar, algún que otro borrico y mucho
polvo en el ambiente debido al suave harmatan
que aquel día lo inundaba todo. A lo lejos vio una mujer subida en un árbol,
hacha en mano, desmochándolo y, supuso, estaba haciendo leña para atizar alguna
pobre lumbre familiar. Un niño, a los pies. Y campos de algodón. El algodón,
parece ser, se había adaptado muy bien al terreno seco del norte Camerún. Se
continuaba con producción de manera artesanal y suponía un añadido a las
débiles economías del entorno guidar.
Una barrera cercana a las gargantas, consistente en un palo atravesado en
el camino y vigilado por dos jóvenes, le hicieron ‘pasar por caja’ a este
mochilero leonés. Siempre protestaba estos tickets tan poco oficiales pero que solían
ser un ‘trágalo’.
Y tragó, aunque tampoco suponía la ruina.
Las gargantas de Kola (Gorges
de Kola) constituyen un paisaje especial, surrealista casi marciano, visto
en la distancia, antes de llegar. No eran muy extensas pero su recorrido, la
parte asequible y más interesante, serían unos 800 metros. Unos metros fácilmente
accesibles en época seca -y lo era entonces-, no había agua y, en su recorrido
a contracorriente por el fondo arenoso-rocoso, un joven guía acompañaba al
visitante. El joven se esforzaba en ver figuras en cualquier hendidura (un
elefante, un sillón, una virgen,….), labradas a través de los tiempos por la
fortaleza de las aguas sobre aquel territorio granítico, un granito blanco y
negro. Miró y remiró; sacó fotos y se dejó fotografiar; se sentó en aquel
sillón rocoso; se descalzó en un tramo con agua y protestó mentalmente al
saldar la propina con el joven guía.
El V(B)iajero Insatisfecho, en las gargantas de Kola
Una buena sensación dejaba al final aquel sorprendente paisaje granítico.
El mochilero, sin prisas, visitó lo poco visitable, subió ‘de paquete’ en la moto y abandonó el lugar. Únicamente se
detuvieron para fotografiar unos montones de algodón que, por su blancura,
destacaban de aquel entorno cercano. Unos niños se acercaron curiosos y se
pelearon por unas pocas bolas de anís que el mochilero les ofreció.
Pero eran más niños que bolas.
Niños, al lado de los montones de algodón
Copyright © By Blas F.Tomé 2019
Mira por donde, me recuerda, viendo a los burros, que el carro e tu foto ha sobrevivido a los animales de tiro y lo siento mas, porque una maquina se puede copiar, pero un ser vivo, una vez que desaparece...la humanidad lo acusa.
ResponderEliminarAhora se ha borrado el comentario...
ResponderEliminarBien contada "tu" experiencia
Lo de preparar el viaje tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Yo, como soy un viajero de corto radio de acción, la verdad es que prefiero preparar a conciencia cualquier salida, pero eso puede tener un inconveniente: hace poco estuve en Berlín, y por momentos tenía la impresión de un "dejá vu". Creo que el no llevar las cosas muy preparadas puede contribuir al "efecto sorpresa" que me parece fundamental en un viaje.
ResponderEliminarLo de alquilar una moto con guía me parece una buena idea. No sé si en España funciona también este sistema. Si no lo hay, habría que copiarlo.
Un abrazo1
Yo soy igual de no leer nada hasta iniciado el viaje y, tampoco ver muchas fotos d elo que me voya encontrra. Prefiero la sorpresa del momento. Las críticas que se las metan...
ResponderEliminarBueno, pues lo de los burricos no viene siendo nuevo para el viajero insatisfecho. Se ha topado muchos por sus viajes por África. Y lo de guías informales de los mototaxis tampoco. Ya puestos, una vez allí en las gargantas de Kola , pues había que verlas. Muchas veces no hay que esperar tanto pero no tiene pinta de que te encontraras ningún turista por ahí. A lo de la barrera de entrada les resolviste el almuerzo y todos tan contentos. Cosas de África. Lo de las figuras o buscarle el parecido a animales u objetos ya es un clásico en este tipo de lugares. Pero bueno, ingenio e imaginaciónnunca falta. Saludotes Blas. Mañana voy a tu Madrid (con permiso de San MIguel de La Escalada) a ver si resuelvo d euna vez mi visado a Nigeria :)