El grupo de pigmeos en el recibimiento
En
plena selva, en lo más espeso y recóndito de la selva ugandesa, existían tribus
de pigmeos, lejos de toda civilización y en un excelente entorno verde, dedicados
a la caza de monos y reptiles, y a la recolección de miel.
Así
debería haber sido la visión del viajero
insatisfecho a la tribu de los pigmeos batwa,
en las inmediaciones de la ciudad de Kisoro. La realidad fue muy distinta
y lo que se encontró nada tenía que ver con la dignidad y costumbres de un
pueblo, más bien tuvo que ver con una pobre gente acosada por la suciedad,
marginación, minados por el alcohol y desplazados de su selva natural por el
bien de no se sabe qué cúmulo de intereses. Desde niños deberían aprender a
cazar, buscar alimentos y autoabastecerse del medio natural que les debería
rodear. Pero, no. Nada que ver. Su pequeña estatura, sus primitivas costumbres
y sus creencias excesivamente supersticiosas los convirtieron en un blanco
fácil para las poblaciones vecinas, que los expulsaron de su entorno selvático
y atrajeron a sus cercanías para una integración ‘de risa’.
Cuando
se acercaban al lugar, a las afueras de Kisoro, el joven guía le comentó que
aquellos que se veían en lo alto, al lado de unas casas en apariencia a medio
construir, negras, sucias y grasientas, les estaban esperando para darles la
bienvenida. Se puso a la defensiva. ¡Estaban advertidos de la visita!. De
inmediato, se puso expectante ante una posible y ya recurrente ‘turistada’, como
así sería. ¡No aprende!. Cada vez que en un país ha visitado una antigua tribu
en peligro de extinción había salido un tanto asqueado. Se temía que esta vez
también lo fuera.
Nada
más entrar en el recinto, una especie de cuadrilátero cerrado por tres lados con
lamentables construcciones, el olor a suciedad vieja ya tiraba para atrás. Al
fondo, un grupo de pigmeos, sucios, deshilachados, hombres y mujeres, niños,
todos ellos con aquel tufo que desanimaba a cualquier roce o contacto.
Comenzó
el momento de la supuesta bienvenida y cada vez le repelía más la situación.
¡No
aprenderé!, se decía.
Mientras
el guía local se afanaba en explicarle la situación, el momento, en un inglés
difícil de entender, él se esforzaba en mantener la calma y una fingida media
sonrisa para evitar ser un maleducado. El instante en el que comenzaron los
bailes y cánticos, supuestamente pigmeos, fue aún peor. Ver a uno tocando el
tambor; al otro, una especie de guitarra española, y uno más soplando por un
tubo de bambú (lo más auténtico) era patético y desagradable a la vez.
¡Qué
mal se sentía presenciando aquella maldita ceremonia!.
El
ambiente desprendía un asqueroso hedor a orín, sudor rancio, putrefacción y
grasa añeja, la grasa de la miseria. Se esforzó por no vomitar. Descrito así
pareciera desprecio. Pero no, era pena, lástima de aquel grupo pigmeo,
despreciado por el resto de la sociedad. Borrachos, andrajosos, drogados y
sucios.
¡Lástima
de pueblo!.
Uno
de los pigmeos, diría uno de los auténticos, pues había de todo tipo de
desahuciados, se arrastraba por el suelo como poseído. Sudaba. Sudaba él y
sudaba el resto de bailarines.
Le
pidió al guía que terminara ya el recibimiento que se alargaba muchos minutos.
Pero en ese afán de los pobres pigmeos de ganarse los parabienes del visitante,
el ridículo pasó a otro juego: el juego de la caza. Con un pequeño arco que
recordaba (y lo era) un arco infantil artesano y endeble, simularon una cacería en la
selva (en realidad, en aquel corral de suciedad y mugre) de los animales que
supuestamente sus ancestros persiguieron: monos, pequeños roedores, reptiles y
alguna que otra ave. Una vez ‘cazado’, en aquella representación ridícula, simularon
trocear el animal muerto (en realidad, un ato de cortezas y hojas seco) como lo
hubieran hecho sus antecesores en plena selva. Con la mirada le pidió al joven
guía que terminaran con aquel esperpento.
Para
simular estar interesado en aquella pantomima sacó unas fotos de los chamizos y
chozas, y se interesó por las plantas que allí crecían. El joven guía se
esforzó en mantener la mentira, su mentira, detallando las plantas con sus
consiguientes remedios para enfermedades.
La
duración de la visita, que habían previsto para cuatro horas, duró una. Finalizó
con un obsequio al pueblo pigmeo, deprimido y despreciado por la sociedad, y
con el correspondiente pago al joven que le acompañó.
Una verdadera decepción.
Uno de los pigmeos
Copyright © By Blas F.Tomé 2017
Una experiencia terrible y realista contada con la autenticidad que merece.
ResponderEliminarUF, Blas. Qué mal trago. Mira que te leo desde hace años, pero no recuerdo un mal trago como este. Menos mal que no llegaste a vomitar...
ResponderEliminarUn abrazo!
Eso es lo que pasa con "las tribus etnias" en peligo de degeneracion, mas bien.
ResponderEliminarY es lo mismo en todos los continentes.
Pobres infelices!
Bueno, que decir? Lo siento por tu deseo de ayudar maltratado, asi acaban prostituyendose esas gentes esquilmadas.
Habria que darlo a conocer.
Besos
(Me encanta como lo cuentas)
Me siguen faltando fotos y datos para denunciar ante el mundo que grita "lliure" y burradas similares. Porque esto que has visto lo sabemos los que queremos verlo, y lo llamamos por su nombre. No valen lacitos ni coñas desde los ordenadores, hay que ir y ayudar. Con lo listos que presumimos ser, tragarnos lo que haya que tragar y hacerles ver que la humanidad es una y se merecen mejor vida precisamente por ser buenos.
ResponderEliminarA mi me ha gustado el reportaje y si me jode me aguanto, lo que tengo claro es mi orden de valores y no los que me quieren organizar.
Vaya con los pigmeos y las tribus. Es una pena ver cómo por dinero se desnaturalizan estas gentes. En Iquitos por ejemplo me han contado que hay gente que se va a la selva, se pone un taparrabos y cuando termina la visita del tour se vuelven para currar en un banco o una oficina de Turismo. Pero al menos la mugre y el olor a orín que viste alli sería auténtico. Aún así ese mal trago nos enseña para que no nos pase cuando vayamos lor ahí. Un placer tus batallitas africanas Blas, siempre únicas
ResponderEliminarSaludos Blas, soy Carlos el viajero, el anónimo que te acaba de comentar
ResponderEliminarSr. Tigre, que quiere decir esa "cacerolita a presion" que alguien ha puesto tras la fecha de mi comentario?
ResponderEliminarMe equivoque de dia? Jajaja!
Tu que lo sabes todo, mi maestro...
Eso, niña, no es una 'olla a presión', es una 'papelera' para mandar a la mierda el comentario (O no).
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