Cuando la pérfida hamaca
caboverdiana le atacaba y dañaba su dolorida espalda, el viajero
insatisfecho tomó por costumbre el pasear atónito por la larga playa de
arena casi virtual [¡qué arena tan fina y blanca!]. Se dejaba rozar su pies por
las olas, no siempre suaves y delicadas y, mientras observaba, miraba y
renegaba a veces, avanzaba hacia su nuevo centro de interés.
El pequeño muelle (a unos dos
kilómetros de la hamaca) de pescadores de Santa María, ciudad turística de la isla de Sal, era a partir de las diez de la mañana un pequeño y
agitado hervidero de locales y turistas que sin ningún reparo paseaban, incluso
descalzos, entre el pescado recien traído de alta mar por las gentes isleñas
que habían conseguido mantener su tradicional oficio, alejados del sofocón e
invasión turísticos que desde hace unos años había atacado a esta isla [No había que olvidar que el turismo traía
también explotación].
Se limpiaba y troceaba en pleno pantalán, se vendía al regateo, se cruzaban miradas de interés y, en fín, se
cortaba el pescado a voluntad del comprador. Nunca había visto este mochilero
semejante encuentro entre turista y local con esa carga de total afinidad,
apego y comprensión. Por la tarde, el
muelle se convertía en casi peligroso trampolín de muchachos que ejercitaban
cabriolas acuáticas y, ya en la noche, en lugar de paseo de parejas de turistas
que se dejaban mecer por las luces de las modernas y recién instaladas farolas.
Lo descubrió el segundo día de su estancia playera y lo convirtió en primordial, casi una manera de huir de la aburrida hamaca, y
en su salvación.
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Esta "salvación", con su vida auténtica, es un extraordinario contrapunto de la hamaca, y el deseo de acción acumulado en la hamaca quizá hizo mejorar la perspectiva de lo que se vivía en el muelle.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Qué miedo me dan esas cabriolas, Blas!
ResponderEliminarBueno, hoy nos has contado lo que es el dique por la mañana. A ver si otro día nos cuentas tus "fazañas" por la noche :)
Un abrazo: emilio
El hamaqueo en playa no es mi deporte favorito, no. Prefiero esos paseos por la fina arena con el aguita lamiendote los tobillos.
ResponderEliminarEso del despiece de pescado no se practica por aqui, que son muy de "castas" y los que salen a la mar no se desempenan en tareas menores y las mujeres limpiadoras solo ejercen en el mercado. Madre mia! Dios te libre de pelear con ellas...
Besos
¡Pobre Blas! El de la espalda dolorida, el sufridor de la hamaca playera, el que así, como si nada y con la que está cayendo, se va a sufrir a Cabo Verde a hacer lo mismo que la Esteban en Benidorm.
ResponderEliminarSupongo que no comprarías el pescado, irías con pulserita de 'todo completo' y te pondrían al animalico ya cocido en mesa con mantel. ¡Pobre Blas!
Te voy a quitar un galón o tres, avezado mochilero, capitán de toreros, catador de comistrajos, aventurero audaz. No sé, ya lo pensaré mañana. Besos, anda.
Creía que te gustaban las hamacas, jeje...y que tenías una en casa. Los años pasan...ay que te veo llevando maleta de ruedas ;)(A mí me gustan las hamacas para una siestecita pero para pasar toda la noche ni hablar)
ResponderEliminarDespués de este apunte te diré que me gustan tus fotos, especialmente la última, y me gustaría verlas mejor ¿no podrías ponerlas más grandes?
Tus paseos como observador por el dique caboverdiano seguro que te cundieron. Un besote y cuida la espalda.
Sabes relatar ese paseo de tal modo que nos podemos sentir inmersos en ese ambiente...
ResponderEliminarUn cordial saludo
Mark de Zabaleta
No estuvo mal ese paseillo del pescadito tras el descanso de la hamaca.
ResponderEliminarEse viajecito por Cabo Verde debe ser muy prendedor para cualquier viajero.
Saludos Blas :)
El buen viajero, como es el caso, es difícil que aguante sentado en una hamaca.
ResponderEliminarAbrazos, Blas.