Visitar el valle del Colca, en Perú, era muchas cosas. Era un largo camino desde Arequipa; un trayecto en autobús en el que se alcanzaban cotas de 4.500 metros, donde se sentía el altiplano de tierra yerma y fríos humedales y, también, el soroche de altura. Era un valle profundo; unas terrazas de cultivo incas muy antiguas pero casi abandonadas; eran unos bellos pueblos en plena tranquilidad; un paisaje herido, a veces, por un fuerte terremoto; un lugar ideal para el avistamiento del cóndor,….
Pero también era un lugar turístico, donde uno de ‘los platos fuertes’ para expoliar al visitante eran los niños, ataviados con su ropa tradicional y acompañados, casi siempre, de una joven alpaca (ver fotografía). Un día cualquiera, a una hora cualquiera, se podían encontrar niños o niñas en los lugares de descanso y en los puntos de interés turístico, que había muchos.
Lucían todos ellos simpática y tímida sonrisa.
Nunca le gustaron al viajero insatisfecho esas escenas obligadas, preparadas y manipuladas.
Pero también era un lugar turístico, donde uno de ‘los platos fuertes’ para expoliar al visitante eran los niños, ataviados con su ropa tradicional y acompañados, casi siempre, de una joven alpaca (ver fotografía). Un día cualquiera, a una hora cualquiera, se podían encontrar niños o niñas en los lugares de descanso y en los puntos de interés turístico, que había muchos.
Lucían todos ellos simpática y tímida sonrisa.
Nunca le gustaron al viajero insatisfecho esas escenas obligadas, preparadas y manipuladas.
Aunque nunca definió su forma de actuar ante ellas.
Copyright © By Blas F.Tomé 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario