A este pasajero leonés se le escapaba la imaginación hacia esas largas travesías desde la costa africana a una de las islas canarias, o de Tetuán a Algeciras, de final incierto y noticia de “telediarios”. Allí metido, imaginaba la ansiedad en medio del océano de gentes como aquellas por ver, a lo lejos, algo parecido a tierra firme europea.
Como el ferry que le traía del sur, donde había pasado treinta horas, paraba en Yeji, para continuar ruta hacia el norte de Ghana en bus era necesario atravesar el pantano/lago en una de esas embarcaciones. El embalse había cortado en dos la antigua carretera. La travesía no fue en absoluto peligrosa, pero para la calenturienta mente del viajero insatisfecho la imagen era muy parecida a la habitual huída del hambre en patera.
Observó, entonces, desde la proa el paisaje humano. Tenía una especial belleza y colorido, de pieles negras y brillantes, bruñidas a medias por la naturaleza y el sol.
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