16 de diciembre de 2009

La Ciudad Perdida, perdida

Después de tres días en un permanente sube y baja, culebreando por montañas, laderas y valles, con los mosquitos acechando a cada paso (y materializando sus ataques), el destino final se encontraba en lo alto de una larga y empinada escalera tayrona, labrada en la ladera tupida de vegetación y bien conservada a pesar de los años, la humedad y el trasiego de los guaqueros, muy activos en aquella Sierra Nevada colombiana. Son éstos, buscadores incansables de vestigios precolombinos, que abordan como moscones a los escasos viajeros que deciden acercarse por aquel perdido lugar. Pueden intentar vender un falso objeto como si procediera del mismo jefe indígena tayrona de hace mil años.
Al final de aquella escalinata -cuasi asesina para los agotados mochileros- aparecía, entre una maraña de árboles, la Ciudad Perdida.
Sus restos, claro.
Ruinas reconstruidas de poblados precolombinos que son una muestra de la sofisticada arquitectura e ingeniería de piedra, que incluye multitud de terrazas en la ladera de la montaña -sobre ellas, sus edificaciones de madera que el paso del tiempo ha borrado- muros de contención, caminos, puentes, escaleras y canales. Toda una ciudad enmarañada y olvidada.
El viajero insatisfecho y su guía colombiano, dos o tres vigías (soldados) asentados en un chamizo en lo alto y algún que otro niño kogi (del poblado cercano, descendiente de los antiguos tayronas) componían -o al menos lo parecía- todo el elenco humano en kilómetros a la redonda.

El resto de seres vivos eran los diminutos mosquitos que mostraban, con tremendos picotazos, su repulsión por los extraños.

Copyright © By Blas F.Tomé 2009

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