
Al final de aquella escalinata -cuasi asesina para los agotados mochileros- aparecía, entre una maraña de árboles, la Ciudad Perdida.
Sus restos, claro.
Ruinas reconstruidas de poblados precolombinos que son una muestra de la sofisticada arquitectura e ingeniería de piedra, que incluye multitud de terrazas en la ladera de la montaña -sobre ellas, sus edificaciones de madera que el paso del tiempo ha borrado- muros de contención, caminos, puentes, escaleras y canales. Toda una ciudad enmarañada y olvidada.
El viajero insatisfecho y su guía colombiano, dos o tres vigías (soldados) asentados en un chamizo en lo alto y algún que otro niño kogi (del poblado cercano, descendiente de los antiguos tayronas) componían -o al menos lo parecía- todo el elenco humano en kilómetros a la redonda.
El resto de seres vivos eran los diminutos mosquitos que mostraban, con tremendos picotazos, su repulsión por los extraños.

Copyright © By Blas F.Tomé 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario