25 de noviembre de 2008

Llámale. ¡Adelante!.

¡Mira que habrá visto detalles este viajero insatisfecho!. Detalles en las personas con las que viaja, detalles en el destartalado autobús, detalles en los niños, a la orilla del camino, al lado del agua de un cálido lago, esperando a que escampe arrimado a un birrioso muro. Detalles en animales domésticos, en los perros vagabundos, en las empinadas montañas. Se fija en ellos para absorber su esencia espiritual y cuestionarse su apariencia banal.
Se fijó en el rinoceronte negro, en el kudu (ya ha escrito un post sobre él), en las gacelas Thomson, en los facoceros pero, también, se fijó en el elefántico pene del antiguo paquidermo africano.
Como regalo.
No había encontrado las pulseras de pelo-de-rabo-de-elefante, que le habían encargado sus amigas, y pensó: “Pues, llevo el rabo [aunque sea en fotografía]”.
Se equivocó de órgano.
Total naturalidad, sin prepotencia ninguna, sin sonrojarse por la presencia humana y sin caer en el exhibicionismo, el elefante mostró todo su poderío sexual. Este natural, bello y masculino adorno, la lentitud de sus movimientos, su mirada enmarañada y su aparente “pasotismo” -a la vez que tronchaba ramas con su trompa- convertían al elefante en una especie de filósofo griego, de mensajero del más allá, de rey sin trono o de mendigo pidiendo “p’a dormir”, aún sintiéndose feliz bajo el libre cielo.
Si alguien quiere llamarle, ¡adelante!. Vive en el Parque Nacional Kruger (Sudáfrica).
¡A ver que pasa!.
Si no responde, siempre se puede uno poner triste y protestar:
¡No me llama!

¡No me escribe!.
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1 comentario:

  1. "Seco", de primer sopetón me parecía una fotografía tuya, como ahora te ha dado por imitar a los animales, he pensado: ¿estará imitando a un paquidermo?. No puede ser porque el miembro del "seco" es bastante mayor, a no ser que la foto esté trucada.

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