El otro día, este viajero insatisfecho -ahora, en parada mochilera- estaba viendo el programa “En portada” de La 2. Un reportaje sobre las mujeres de la India le dejaba sobrecogido por su tratamiento y belleza argumental. Pretendía ahondar en la situación actual de las mujeres hindúes y lograba indignar al espectador más duro y experim
entado. Baby Halder era esa serena mujer abandonada por su madre, obligada a casarse a los 12 años por su padre y maltratada por su marido. Una historia que ella recoge en el libro “Una vida menos ordinaria” y relata al periodista con una temperamental dignidad, seriedad de gestos y claridad de palabras.
Este vehemente mochilero interpretó, en el momento, esa experiencia contada a
nte una cámara, y transmitida por una televisión, como un viaje sin levantarse de su raído sofá de salón. Pero, no.
No. Las historias que emite “la caja-tonta” no son el viaje de viajero insatisfecho. Son,… otra historia, otra experiencia, otra forma de ver el mundo. Viajar, con una mochila al hombro, es -insisto- otra cosa. Es palpar uno mismo la realidad de cualquier lejano territorio; sentir el pulso humano de la persona que te aplasta en un desvencijado autobús de pasajeros; escuchar in situ la conversación de una pareja de labriegos; circular sin rumbo durante horas para terminar pedido en la maraña de calles de una ciudad desconocida; admirar cualquier ruina mirando al suelo, a veces, para evitar caer por el precipicio; observar el movimiento en los muchos mercados de abastos populares; descifrar el comportamiento del taxista que esta pidiendo una cantidad desorbitada por un trayecto ridículo; admirar al guía que le lleva a uno por la selva y advierte de los peligros. Es desentrañar, fotografiar, subir, pasear, pulular, pensar, bajar, andar ……, y, sobre todo, sorprenderse.

Este vehemente mochilero interpretó, en el momento, esa experiencia contada a

No. Las historias que emite “la caja-tonta” no son el viaje de viajero insatisfecho. Son,… otra historia, otra experiencia, otra forma de ver el mundo. Viajar, con una mochila al hombro, es -insisto- otra cosa. Es palpar uno mismo la realidad de cualquier lejano territorio; sentir el pulso humano de la persona que te aplasta en un desvencijado autobús de pasajeros; escuchar in situ la conversación de una pareja de labriegos; circular sin rumbo durante horas para terminar pedido en la maraña de calles de una ciudad desconocida; admirar cualquier ruina mirando al suelo, a veces, para evitar caer por el precipicio; observar el movimiento en los muchos mercados de abastos populares; descifrar el comportamiento del taxista que esta pidiendo una cantidad desorbitada por un trayecto ridículo; admirar al guía que le lleva a uno por la selva y advierte de los peligros. Es desentrañar, fotografiar, subir, pasear, pulular, pensar, bajar, andar ……, y, sobre todo, sorprenderse.
"Seco", a este artículo no le saco mucha sustancia, por lo que voy aprovechar para felicitar en mi nombre y en el de mi mujer a esa compañera, amiga, amante...que tienes, por el buenísimo marmitaco que hizo; estuvo todo de "puta madre" y encima acompñados por la ESTRELLA de ORIENTE.
ResponderEliminar¡¡¡VIVA EL SECO Y SUS AMISTADES!!!
"conquense": en lo del marmitaco, "yerras". Tienes que darte cuenta de que es una comida marinera, y he sido marinero en el Rio Amazonas y en el Lago Victoria.
ResponderEliminar¡Que te enteres!, farandulero.
"Seco", me gusta picarte más que la cayena que le echaste al marmitaco, te salió excelente.
ResponderEliminarUn abrazo