Tengo una amiga que cada vez que ve la fotografía de este “post”, me dice que le parece una de las más bonitas fotografías que tengo, no por lo bien parecido que me encuentre (eso seguro), sino porque aprecia -creo yo- un momento de cierta ternura, que no me es muy habitual. Suelo ser con los niños que me rodean un poco “cardo”, frío, distante, tal vez intransigente en exceso. Pero en la imagen no muestro esa característica.
A lo largo de mis recorridos por el mundo mundano, si me pongo a pensar con detenimiento, recuerdo muchos instantes con niños, donde mi carácter aparece difuminado por esa infrecuente ternura. Los mantengo en alguna fotografía, pero mi soledad viajera me impide apoderarme de ellos con más frecuencia. Los más, los tengo en mi mente.
Paseaba por una ciudad tanzana que ahora mismo no recuerdo, cuando los niños me seguían por una no muy populosa calle gritando ¡mzungu!, ¡mzungu! (blanco). Yo me volvía, y hacía el gesto de perseguirlos, mientras ellos salían huyendo, para, al instante, volver a incorporarse de nuevo a su juego, ¡mzungu!, ¡mzungu! Mientras, sus madres reían la gracia de los niños y mía. Lo tengo en mi mente como un simpático momento.
Camino de “La ciudad perdida” colombiana -duro trayecto, por cierto- encontré a dos solitarios niños kogis, a quienes atravesé un pequeño río en mis brazos. Bello, pero infrecuente gesto. Una vez cruzado el río me hice una fotografía con ellos.
Algún día la mostraré.
Y más, y más,…… y más momentos.
A lo largo de mis recorridos por el mundo mundano, si me pongo a pensar con detenimiento, recuerdo muchos instantes con niños, donde mi carácter aparece difuminado por esa infrecuente ternura. Los mantengo en alguna fotografía, pero mi soledad viajera me impide apoderarme de ellos con más frecuencia. Los más, los tengo en mi mente.
Paseaba por una ciudad tanzana que ahora mismo no recuerdo, cuando los niños me seguían por una no muy populosa calle gritando ¡mzungu!, ¡mzungu! (blanco). Yo me volvía, y hacía el gesto de perseguirlos, mientras ellos salían huyendo, para, al instante, volver a incorporarse de nuevo a su juego, ¡mzungu!, ¡mzungu! Mientras, sus madres reían la gracia de los niños y mía. Lo tengo en mi mente como un simpático momento.
Camino de “La ciudad perdida” colombiana -duro trayecto, por cierto- encontré a dos solitarios niños kogis, a quienes atravesé un pequeño río en mis brazos. Bello, pero infrecuente gesto. Una vez cruzado el río me hice una fotografía con ellos.
Algún día la mostraré.
Y más, y más,…… y más momentos.
"Seco", "dejad que los niños se hacerquen a mí, y las madres también"; que tierno te hace este artículo, ¡anda¡, date una vuelta este fin de semana por el barrio de chueca y con esa ternura y sensibilidad retozarás como un "pollino" el día del "ORGULLO".
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