Estatua de Amir Temur o Tamerlán
Hay ciertos lugares evocadores que predisponen y llevan
siglos inflamando el deseo del viajero en general: Isfahán, Zanzíbar, Tombuctú
o Samarcanda. Sobre esta última, Amin Maalouf dijo: Samarcanda, el más bello rostro / que la tierra haya vuelto jamás hacia
el sol. Asimismo, está envuelta en un halo de dos grandes e históricos viajeros:
Marco Polo e Ibn Battuta. De Tombuctú, por
otro lado, se dijo siempre “de aquí a Tombuctú”, frase que se ha utilizado para
describir los largos y difíciles viajes a lo largo de la historia.
Por estas apreciaciones o por lo que fuera, el viajero insatisfecho siempre se sintió
atraído por Samarcanda y podría decir —sin mentir— que por culpa de esta
urbe inició su viaje a Uzbekistán. Pero —sin mentir, tampoco— podría decir que
Samarcanda le decepcionó. No porque lo que viera allí —vio construcciones muy bellas
y diferentes—, sino porque entendió que le faltaba esa esencia legendaria y ese
simbolismo viajero. No apreció absolutamente nada que le infundiera ese espíritu.
Una vez dicho esto, comenzará a detallar recorrido por esta
ciudad que se centró exclusivamente en la parte más monumental. El resto de la
ciudad, era una expresión soviética, y desnaturalizada por los años de dominio
de esta excesiva nación.
Mausoleo Gur-e-Amir
Desde el hotel donde se encontraba hasta la parte antigua, bajaría
el primer día (y los dos siguientes) por una avenida, donde se emplazaba una gran
estatua de Amir Temur o Tamerlan (o Temur el Cojo). Este personaje mítico, a pesar
de una herida en la pierna, que recibió en una batalla —de ahí su apodo de
Temur el Cojo—, poseía una fuerza excepcional y hasta sus últimos días
participó personalmente en todas las campañas, que no fueron pocas.
A partir de este Tamerlán sentado (estatua), comenzaban unos
jardines. En medio de ellos, un gran mausoleo (Mausoleo Gur-e-Amir), donde
estaba enterrado este famoso guerrero, además de otros miembros de su familia,
entre ellos, su nieto Ulugh Beg.
Tumba de Tamerlan, y familiares, en Mausoleo Gur-e-Amir
Una vez visto esto, y en los días siguientes, sería un
continuo patear madrazas, mausoleos o mezquitas.
Pero si había un lugar famoso en Samarcanda era el Registán,
continuando la avenida, a unos centenares de metros de la gran estatua. Este
conjunto de madrazas, y el espacio o plaza entre ellas era el principal punto
de interés de la ciudad. Sus tres majestuosos edificios figuraban entre las
escuelas coránicas más antiguas y mejor conservadas del mundo. Desde un pequeño
mirador, antes de tomar unas escaleras hacía la plaza, se podía apreciar el
complejo a la perfección. Los tres edificios, con sus mosaicos de colores,
aunque prevalecía el azul, conformaban un gran conjunto estético. Luego, había
que pasar por caja, para visitar cada una de ellas.
[Aquí, el escuadrón de
restauradores uzbekos, se había lucido. También, en otros monumentos].
Registan
Desde aquí, el gran paseo Thoshkent, peatonal y ajardinado,
llevaba a otro conjunto muy tradicional Shah-i-Zinda. Este complejo, al que
se accedía por unas empinadas escaleras, estaba compuesto de una pequeña
avenida, a cuyos márgenes, se asentaban un gran número de mausoleos. Según
citaba el libro-guía y este mochilero
pudo comprobar, el más bello, con un frontal de azulejos azules, era la tumba Shodi
Mulk Oko (1372) de una hermana y de una sobrina de Tamerlán.
Tumba Shodi Mulk Oko, en Shah-i-ZindaUnos metros antes de llegar, entró en un cementerio —más
moderno— con multitud de lápidas con las fotografías del finado, sobre fondos
negros. Allí, encontró su cuerpo descanso (no definitivo), acompañado de una
botella de agua: los calores ese día eran especialmente ofensivos.
Habría muchas más cosas que reseñar, pero creo que el lector
con esto debería tener suficiente. Exigiría muchos nombres raros sobre todo de
mezquitas y madrazas, que convertiría su lectura en una especie de tortura.
Podría
añadir que, llegado el momento del cansancio de mosaicos, ni siquiera entró en
todas.
Cementerio moderno, donde descansó el V(B)iajero Insatisfecho
Pues sí, eso de Samarcanda evoca caravanas de camellos y bellas esclavas expertas en la danza del vientre, que no todo va a ser filósofos, exploradores y comerciantes avezados.
ResponderEliminarEse color azul turquesa me enamora
No me extraña tu decepción, Blas. Este centro histórico del que nos hablas y fotografías es muy "bonito", pero parece un museo. Y qué pasa cuando vamos a un museo? (por lo menos a mí): nos cansamos de ver juntas tantas obras de arte, no somos capaces de asimilar o de emocionarnos ante esa pintura que tanto nos emocionó cuando nos la explicaron en clase o nos interesamos por ella.
ResponderEliminarDe todas maneras, feliz tú que has realizado tantos viajes y puedes comparar tus impresiones con las vividas otras ciudades como Tombuctú...
Abrzss!
Pues me pasa algo parecido a ti, querido viajero. Siempre me atrajo Samarcanda, no te puedo decir exactamente el porqué, sería por libros o películas, supongo...
ResponderEliminarImagino que encontrarse allí mismo (aunque te defraudase) debió ser algo especial.
Ese frontal de la tumba, es espectacular.
Y bueno, lo de que el viajero descansó en el cementerio, me ha sonado un poco "raro", pero, la verdad, es que estos lugares son para ello, pero de descanso eterno, claro. Menudo lugar elegiste para refrescarte la garganta...
Besotes.