Mezquita de Kong
Una
tienda ‘Vente de pondeuse’ que
vendía… ¡a saber!. Delante un kiosco (cuatro tablas y una techumbre de
hojalata) con camisas colgadas, todas ellas diferentes, con dibujos infantiles.
La azul celeste tenía impreso ‘Chaplin’. Una niña jugaba, al lado de su madre
que daba el pecho a un tierno bebé, y daba alegres saltos multicolor. Se
levantaba la falda y, con inocente ingenuidad, enseñaba su ‘culete’ sin braguitas. Piel fina, negra,
brillante que, incluso a lo lejos, desprendía candor. Por la calle caminaba una
jovencísima madre con su niño recogido como una bola a la espalda; paso firme y
sin mirar, como de oído, cruzaba una calle en diagonal. La hermana de la ‘culete sin braguitas’ un poco mayor, comenzaba
a recoger las camisas que colgaban del tenderete. La última, la que estaba
rotulada como ‘Chaplin’.
Poco
a poco iba desapareciendo el color rutilante de la tarde, y en los ojos molestaba
el perenne polvo que brotaba de la cercana tierra roja. Por la calle
perpendicular aparecía un hombre vestido de musulmán, chilaba corta de color
marrón y, por debajo, unos pantalones más ‘café con leche’. Gran trasiego de
motos en ambas direcciones. En pocos minutos, el kiosco, las cuatro tablas
quedaban desnudas. La madre dejaba de dar el pecho al niño y desaparecía en el
interior de la tienda. Por la calle lateral, un ciclista se perdía a lo lejos.
La
vida en Korhogo se transformaba en gris: no estaban las camisas de colores y
dibujos infantiles, la niña del ‘culete
sin braguitas’ se ocultaba con su mamá. Un poco de vida africana se perdía para
siempre. Dos niñas y tres niños pasaban delante del mochilero y le decían ‘au revoir’ ¿sería educación o
curiosidad? Y por instantes la vida africana volvía a resurgir.
Ovejas al lado de la mezquita
Hacía
unas horas que el viajero insatisfecho
había regresado de su visita a la mezquita de Kong. Un largo viaje de
ida y vuelta por caminos de tierra roja, reposado calor, sol y constante polvo
en el aire provocado por algún vehículo que circulaba anterior. Aquel polvo que
el viajero respiraba desdeñando su maligna parte perjudicial. Kong
era un sencillo pueblo, quizás feo y sin color. Para llegar allí, después de
cuatro horas de saltos y polvareda, había que cruzar varias poblaciones de
mísera apariencia. Se traspasaba Fengene, Nafana o Kovadá. Los árboles de las
orillas del camino, aunque verdes, agostados y vestidos de polvo marrón.
Plantaciones de anacardos, algunos gigantescos mangos y muchos árboles karité, o de mantequilla.
Llegaban
a la calle principal de la población cuando faltaba poco más de una hora de
sol. Vio la mezquita a lo lejos y, después de organizar con el conductor la
vuelta temprano para el día siguiente, dirigió sus pasos hacia aquel edificio
particular. Era su único propósito de viaje, visitar la mezquita de Kong.
Conocía la mezquita de Larabanga, en
Ghana, considerada la más antigua de este tipo de mezquitas, cimentadas
todas ellas en el prestigioso estilo sudanés. En una vasta área de todo el
continente africano noroccidental, desde Senegal hasta Ghana o Costa de Marfil,
estos singulares edificios religiosos se caracterizaban por su material de
construcción común: ladrillos de
barro reforzados por grandes troncos de madera y vigas de soporte que
sobresalían de la pared de manera irregular, sin tallar. Estas estacas
de madera, llamadas ‘torones’, se
utilizaban como andamios de cuando en cuando, según las necesidades de retocado
de sus paredes. De la de Kong,
además, le llamó la atención aquellas bolas blancas en sus picos, imitando
huevos de avestruz.
Le
quedaba aún un rato de sol y sin más preámbulos, después de admirar sus raros
contornos, sus torretas y vigas de retorcidos palos sin pulir, de asegurarse unas
fotos y disfrutar de aquel momento único, se dirigió al albergue de la
población. Quería garantizarse un tranquilo, aunque fuese corto descanso. Tomó
una habitación y rápido regresó en taxi-moto
al entorno de la mezquita. Rodeó de nuevo sus paredes de barro, su irregular
forma tradicional, molestó a unas ovejas que descansaban a la sombra y trató de
pasar al interior. Todas sus puertas estaban cerradas y no parecía buena idea
molestar al líder religioso.
Paseó
por una de sus calles aledañas y, a lo lejos, divisó otra mezquita menor, de similares
formas y aparente imitación. Ésta sí tenía la puerta abierta pero uno de los
personajes integrantes de la asamblea allí montada le impidió el acceso.
Se
resignó.
Era
31 de diciembre.
El primero de año
regresaría a Korhogo y, en la espera del autobús para el siguiente destino, la
niña exhibiría, con inocente candor, su ‘culete’
sin braguitas.
Pequeña mezquita
Copyright © By Blas F.Tomé 2020
Hola Blas: Lo primero que me ha llamado la atención ha sido tu foto de la "Mosquée" de Kong. Mira que he visto fotos de mezquitas, desde Córdoba a la India, pero nada por el estilo. Y, por cierto, tampoco había oído hablar del estilo sudanés: ¡esto no viene en los manuales!
ResponderEliminarDespués, decirte que me ha gustado tu descripción del ambiente de Korhogo y que se nota que ese polvo en el aire de Côte d´Ivoire te sienta mejor que el aire puro de ciertas praderas y/o cañones. No sé si me explico...
Un abrazo!
Viajero, te veo ya 'como pez en el agua'... Hasta cubierto de ese polvo rojo tan típico de esas tierras y de tus caminos...
ResponderEliminarLa imagen del mercadillo que describes, e imagino bien, me enternece por la inocencia de la niña y de la madre dando el pecho a su bebé con toda naturalidad... Y llevándolo a la espalda... Poniendo y recogiendo su tenderete... Su día a día... Como bien dices, 'un poco de vida africana...'
Hacía tiempo que no escuchaba la palabra 'candor'... Es bonita en su significado de ingenuidad y falta total de malicia... Así son los niños a esa edad... Lástima que luego 'les cambiemos'...
La mezquita me ha traído recuerdos de otro post tuyo de hace tiempo, que me llamó la atención por esa arquitectura tan peculiar...
A la espera de más 'vida africana'...
Besossss
Hola Blas
ResponderEliminarEsa de Kong tiene un estilo a Tombuctú. Imagino que puede haber conexiones culturales. Esos lugares tan remotos que recorres es para quitarse el sombrero. Lo de ya no poder entrar si es un putada. No me extraña la curiosidad de los nativos hacia el viajero leonés. Saludos