Desembocadura y cataratas del río Lobé
Inexistente, entonces.
Nada más llegar a la población, cumplidos los trámites de búsqueda de alojamiento, salió a dar la vuelta de rigor y, como “todos los caminos llevan a Roma”, en la playa apareció como alma en pena dispuesto a pasar las pocas horas de luz paseando por la arena. Allí mismo descubrió aquel barco fantasma, abandonado al oleaje, al óxido y a la descomposición. Daba pena observar aquel pecio, allí varado y mantenido en aquel estado de abandono, quizás burocrático de la Administración camerunesa. Y pensó ¡qué fácil sería destruir el mundo!
De regreso a la casa donde se hospedaba, organizó la protección de su
descanso nocturno, colocó con esmero la red antimosquitos alrededor de la cama,
se internó en su interior asegurándose de no dejar hueco de acceso para los
malvados/malditos zancudos, y durmió placenteramente.
La mañana siguiente la dedicaría a recorrer los puntos más
interesantes del lugar. Entre otros, visitó la desembocadura del rio
Lobé que vuelca sus aguas al mar, y muere, formando un sinfín de
pequeñas, y no tan pequeñas, cataratas. No eran, en esencia, espectaculares,
pero sí un accidente natural muy peculiar en los ríos del mundo conocido.
Como su intención era ascender un trecho el río Lobé, poco por encima
de la desembocadura, unos metros antes de formarse las cataratas, alquiló una
piragua después de mucho regatear itinerario y precio. Pretendía ascender por
el cauce sin prisas, de una manera silenciosa, sin el ruido constante de un
motor. Quería hacerlo a remo, y sabía que se podía. Allí comenzó aquella mañana
de relajación, calma y sosiego. Ya sabía que remontar el río, enmarcado por
la espesa jungla ecuatorial, parecería una escena sacada de algún pasaje de “El corazón de las tinieblas”, la novela
de Joseph Conrad, ambientada en el África Ecuatorial. En aquel preciso
momento, era donde se encontraba.
Piragua en el río Lobé
El piraguero no hablaba mucho y se dedicaba con desvelo a su trabajo: a
remar con calma. Se dejó llevar por la naturaleza que rodeaba al río y a la
piragua. Árboles de todo tipo y vegetación de toda calaña pasaban lentamente
delante de los ojos de este viajero. En las orillas había montones de redes
trampa, entonces en desuso, para la captura de peces y crustáceos marinos. En
una de ellas, apilada junto a otras muchas, un pequeño varano, incauto él, había
caído en la trampa y se removía con nerviosismo al verse observado. Tal vez, no
se había encomendado a la Mami-Wata y
por eso quedó atrapado. La mayoría de los pueblos que vivían a lo largo de la
costa del golfo de Guinea creían en la presencia de divinidades acuáticas. Hoy
en día, a pesar de la difusión de cristianismo, la creencia en la Mami-Wata, un ser femenino parecido a
una sirena de los mares, seguía viva entre las gentes del litoral.
Después de una larga media hora de remo, el conductor de la piragua le
ofreció visitar un poblado pigmeo que habitaba cercano a la orilla. Ya había visitado
varios poblados de esta etnia a lo ancho del país, por lo que desestimar la
oferta era del todo comprensible. Y mucho más después de que el propio piraguero
le asegurara que las gentes de este primer poblado, acostumbrado ya al turismo,
eran insaciables pedigüeños de dinero. ¡No, gracias! Un segundo poblado, más
lejano, parecía ser más consecuente, menos cansino y, aunque sabía que no iba a
llegar a él, agradeció que así fuera. No todo tenía que ser resuelto con
dinero (o sí).
El avance por el río Lobé fue un total éxito para las
pretensiones de este mochilero: disfrutó de la naturaleza, se deslizó por sus
aguas en silencio, oyó el canto de algún extraño pájaro y observó al martín
pescador, con su largo pico, lanzarse con éxito a la captura de algún cándido
pececillo.
Allí, nada que organizar, nada que decidir, nada que solventar, cosas
éstas que realizaba como una máquina todos los días para mantenerse en pie.
En ruta.
Vista de la playa de Kribi, desde la terraza de uno de los hoteles
Copyright © By Blas F.Tomé 2019
Te veo hoy disfrutón, Blas, con tu paseo en piragua por el Lobé, que tiene su punto con las cascadas en la desembocadura (bien por la foto 1). Lo que pasa es que, en qué estaría yo pensando, al comenzar a hablar de la posibilidad de alquilar una piragua...¡¡¡yo creía que el que ibas a remar eras tú!!!
ResponderEliminarUn abrazo.
PD. Ya veo que tienes buen estómago y que no te hace falta (ni te cuerdas de echar en la mochila) el Frtsc :-)
'Viajero-in', cual 'cándido pececillo' te imagino a ti en la piragua disfrutando de ese paseo tan placentero... Un poco a 'modo Moisés' en su cesta por el río Nilo... :))
ResponderEliminarY, sí, por un décima de segundo también he pensado como 'Efurom', que ibas tú a coger los remos... Pero ha sido un instante (ji).
Qué sensaciones, pensamientos, y reflexiones se deben tener en esos recorridos y sobre esas aguas...�� Bueno, si es que el trayecto da para ello, claro. No sé lo que duró. Y si no te encontraste con mucho 'trafico gondolero' (ji).
Por cierto, mochilero, ya que mencionas lo de las mosquiteras... Siempre he pensado que se cierran bien para que no entren los mosquitos, y como tú, poder dormir placenteramente y tranquilo, pero..., pero..., pero... ¿y si, al apagar la luz, ya hay uno dentro y 'escondido'?... (@_@)
Fuera de bromas...
Me quedo un rato en ese mirador de la terraza del hotel, mirando, y disfrutando, de esos colores grises del mar y el horizonte... Y de su hamacas vacías... Y pensando, ¿Olería también a tierra mojada después de la lluvia? Qué delicia!
Besotesss.
Efectivamente junto con Limbe es unos de los referentes playeros del país. Aunque jamás se parece a uno pueblo resort al uso que estamos acostumbrados a ver en la costa mediterránea. Se ve cierta naturalidad en el lugar, aunque también turismo nacional de la pocas clases pudientes del país. En cuanto a las cataratas, pues no se ven nada espectaculares pero el atractivo de estar cerca de la desembocadura le salva un poco. Veo que tampoco caíste en la trampa de conocer pigmeos. Y más de haberlos visto con anterioridad en otro puntos del país. Un saludo Blas
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