El volcán Cerro Machín [a la izquierda, la ladera del cráter; el previsible cráter, la zona baja]
“Tanto monta, monta tanto…”. Con esta cacareada
expresión inicial quería dejar claro que ambos lugares, por su cercanía,
transitaban unidos en el imaginario viajero. Cuando se hablaba de uno (Salento)
también se refería el otro (valle de Cocora). Según pasaban los
días en Colombia, en la mente del viajero
insatisfecho se iba dibujando ya el trayecto completo del viaje.
Parecía claro que Salento era uno de los últimos lugares a visitar. Un destino
que sonaba y sonaba en todos los corrillos de turistas y, como consecuencia,
según se comprobó (el a-b-cedario de
estos corrillos era muy simple), estaba cargado de gente. Gente que pareciera
querer ver lo mismo, contar lo mismo, sentir lo mismo, apreciar lo mismo y
volver a sus casas con lo mismo: el valle de Cocora, territorio de las
palmeras vela.
¡Qué
aburrido!.
Nada
más pisar esta población colombiana se daban cuenta de lo evidente: había mucha
población foránea, visitantes ufanos por descansar, o pasar el tiempo, o montar
a caballo, o hacer peligrosas bajadas con bicis de montaña por caminos, sendas
y trochas,…. No saben.
Cuando
una población se ponía de moda ¿por qué lo hacía? En este caso, no era posible vislumbrar todas
circunstancias o motivos. Sin duda, uno de los motivos era el bello paisaje,
aunque bellas montañas y valles había muchos en Colombia. Quizás, fuera el valle
de Cocora que aparecía en todas las guías, informaciones y en todos los
blogs conocedores de la realidad
colombiana. Un valle -debía de ser un valle- de belleza singular o extrema, las
fotografías así lo constataban.
Al
final, una vez tomada la decisión, el itinerario para el día siguiente sería
otro. Nada de visitar al famoso valle, y sí un largo trayecto por un estrecho
camino para conocer el volcán Cerro Machín. Este volcán no era
tal, no enseñaba lava, ni erupcionaba fuego de sus entrañas pero, según todos los
vulcanólogos, mantenía gran actividad interior, a la espera de que un día
explosionara con la fuerza que lo hacían estos fenómenos. Ahora únicamente se
vislumbraba la forma de un antiquísimo cráter, sus paredes y su tapón
montañoso. Por todo ello, por todos estos parajes pasearon acompañados del
joven conductor/guía que les acercó. Cuando este insólito tapón en un futuro se
desestabilice, se convertirá, según previsiones, en uno de los volcanes más
desgarradores del mundo. Su actividad interior, medible, parecía ser potente y brava.
Pero,
como ocurría en muchas ocasiones, en las excursiones no siempre lo más chocante
o llamativo era el destino sino que lo interesante podía estar en el trayecto.
Y
fue el caso.
En primer plano, las palmeras vela
Antes
de llegar al Cerro Machín, se pasaba por una pequeña población, Toche,
encantador pueblo a orillas de un río. Perdido en el valle; cuidado, muy bien
cuidado; lugar de paso y breve estancia; rodeado de fincas con cultivos por sus
laderas, inclinadas en exceso; laderas con guisantes -arvejas, para los
colombianos-; niños peleándose entre modernos columpios, y una pequeña casa de
comidas. Ah, muy importante, y cerveza ‘Águila
Colombia’ muy fría.
Pueblo
rodeado de un territorio natural de excepcional tranquilidad. ¿Allí se podría
vivir?.
Bosques de palmeras vela, de camino al volcán Cerro Machín
Pero
en aquel trayecto en 4x4, que se desenvolvía lento en las subidas y lento en las
bajadas con aparente total seguridad, algún precipicio generaba, a veces, desazón
en los cuerpos. Subidas y bajadas por un camino que transitaba por un paisaje
espectacular. Laderas de montañas repletas de palmeras vela que daban al trayecto
una estética especial. Solitarias granjas de vacas y caballos que pastaban por
aquellas casi imposibles laderas. Granjas que a veces se veían en la lejanía, rompiendo
la uniformidad del verde pasto que todo lo rodeaba. Y estaba la granja de ‘El galleguito’ o ‘La carbonera’, y muchas otras que no recuerda su nombre. Y estaban
las palmeras vela, con sus casi 60 metros de altura, agrupadas unas, solitarias
otras, que daban al paisaje un aire peculiar. En laderas con limpio pasto
surgían éstas como cirios maleables por el viento. Cada valle con su tonalidad
de verde; cada ladera con sus matices de colores dependiendo del brillo del
sol.
Un
recuerdo especial para los colibríes de la finca ‘La carbonera’, donde mostraron sus artes, su pico alargado, su
estático vuelo (o hacia adelante, o hacia atrás) a los visitantes que no paraban
de fotografiar. Otra especial mención para el agua de panela con queso, un rico
tentempié a media mañana.
Sin duda, este ‘post’ debería haberse titulado: “Al final, el volcán Cerro Machín”.
Los colibríes, en la finca de 'La carbonera'
Copyright © By Blas F.Tomé 2018
A pesar de los pesares turísticos, lo que cuentas y cómo lo cuentas supone un enorme disfrute.
ResponderEliminarQue por qué se pone un lugar de moda? Vete tú a saber. Habrá muy diversos motivos que pueden resumirse en uno: ¿Dónde va la gente? Donde va Vicente. Y lo mismo da que hables de Colombia o de Tailandia.
ResponderEliminarEn cuanto a tus fotografías, me parecen espectaculares las palmeras vela, pero al ver la primera foto, no podía imaginar que alcanzaran los 60 metros de altura, el equivalente a un edificio de...¿cuántas plantas?
Un abrazo!
Sólo por ver tus fotografías (imaginando esos 'traqueteos' en el 4x4...), los impresionantes 'cirios maleables' del valle de Cocora ... ¡Qué preciosidad!! Tienen que ser espectaculares esas vistas...; y casi sitiendo el aleteo de esos colibríes..., ya ha merecido la pena llegar hasta aquí, hasta tu 'ventana-viajera'...(Bueno, siempre merece...) Así que puedo también imaginar lo que habrá sido estar en el volcán Machín y sus alrededores...
ResponderEliminarPor cierto, ¿sabías lo de los aleteos del colibrí??
Por si fuese que no, cosa que dudo, aquí lo dejo en un 'copy&pega' del 'sabelotodo'...
(Durante el vuelo quieto sostenido, las alas de los colibríes gorgirrubíes baten a 55 veces por segundo, a 61 veces por segundo cuando se mueven hacia atrás, y al menos a 75 veces por segundo al ir hacia adelante).
Y, especialmente, a 100 veces!!! ¿Te imaginas? :))
Besotessss, a 'modo-colibrí':))))))
:(Perdón,te he enviado el comentario por otra dirección.
ResponderEliminarAhora sí...
O, bueno, como dices tú al principio, 'tanto monta'... Seguro que me habías reconocido por las caritas :))
Más besossss...
Blas y coincidir con la borregada con perdón no casa bien. A veces es inevitable sobre todo cuando se trata de llegar a estos lugares, que de manera solitaria, se me hace complicado. Ese valle es un lugar, dicen, de los que no has de perderte si vas al eje cafetalero (me gusta más llamarlo así que cafetero). En mis dos visitas a esa hermosa área de Colombia no he ido ninguna vez alli, pero para tu consuelo, acabé en el Parque del Café cerca de Armenia, parque de atracciones al más estilo Juan Valdéz que creo que si que es más que una turistada. Los paisajes que nos muestras prometen y deja entrever la belleza del lugar y vistosa naturaleza. Para muestra esos colibriés que su avistamiento no es tan fácil para el gran público. Al final de todo es con lo que te quedas. Saludotes
ResponderEliminarTe comente en tu JFB, no?
ResponderEliminarSalento lo conozco muy bien