Playa en el Parque Nacional Tayrona
No
estaría haciendo un ataque injustificado y sin motivo si el viajero insatisfecho dijera que al Parque Nacional Tayrona habría que desmitificarlo dentro de las oportunidades
turísticas que ofrecía Colombia. Creado en 1964 aparentemente protegía 27
especies de fauna y flora únicas en la región, “al igual -decía el folleto- que
56 especies que se encuentran en peligro de extinción entre las que sobresalen
el tigrillo, armadillo, venados, murciélagos, primates, aves como el cóndor, el
águila blanca, […] Además de la importancia biológica del parque, sobresale por
su magnitud cultural. Es un área protegida y reserva de la Biósfera declarada
por la Unesco”.
Pero
todo ello desde la teoría, en la práctica era difícil avistar hasta una
sencilla iguana. Eso sí, tenía variedad de ecosistemas y variedad de playas; era
posible hacer recorridos a caballo o andar a pie por todo el salvaje literal. Había
dos claras veredas para moverse por el Parque cercanas al mar: una vereda de
caminantes y otra (en algunos trayectos coincidían) de arrieros. Y en ese
deambular, lo mismo podía uno encontrar un puesto a la orilla de la senda con
variedad de jugos, elaborados por indígenas 'kogi', que una casa solitaria entre
palmeras (Panadería Bere) cuyos
dueños se dedicaban a la elaboración de un sabroso pan. Famoso era allí el pan
de queso con guayaba ¡una delicia! -les dijeron, pues no lo consiguieron
probar-.
¡Una
pena!.
Panadería Bere, perdida entre palmeras en el Parque Nacional Tayrona
Tres
días en el Parque Nacional parecían demasiados, aunque la necesidad de tener un
descanso después de la agotadora aventura a la Ciudad Perdida, lo podrían
justificar. El primer día, un tranquilo día de playa, en la Piscinita, y paseos
por otras playas aledañas peligrosas, muy peligrosas por las continuas
corrientes. La mayoría no eran aptas para nadar, aunque en algunas podía uno
darse un chapuzón. Un cartel anunciador en una de ellas: “Aquí se han ahogado en los últimos años 187 bañistas, no sea usted el
próximo”.
Al
día siguiente, un largo paseo de vuelta desde Playa San Juan hasta Castilletes,
pasando por La Aranilla (bonito baño, en una playa semicircular con grandes
rocas en los extremos) y La Piscina, en la zona Arrecife, con numerosos bañistas
en el agua y, otros, panzas al sol. Sin duda, gran cantidad de los encantos de
este Tayrona se perdían en medio del
gentío que ocupaba playas y veredas. El
paseo continuó, después de un breve chapuzón, observando el atardecer y el mar,
combinado con inmensas rocas y la vegetación de las orillas. El sol caía
temprano en el Parque Nacional Tayrona. Una vez engullido el sol, los monos
aulladores o, quizás, gruñidos de osos perezosos rompían la tranquilidad y quietud
en la oscura vegetación y sembraban desasosiego en el camino por el que
transitaban hasta llegar al camping de Castilletes.
Y
la última jornada, visita a Pueblito, una excursión a caballo que duró casi
toda esta jornada, o podría haber durado. La subida a este antiguo asentamiento
tayrona hubiera sido dura si los
caballos no hubieran aportado su torpe pero firme trabajo. El asentamiento en
sí, después de haber conocido la Ciudad Perdida, no era impresionante.
Poseía unos 250 basamentos de viviendas, similares a los ya conocidos, pero al
no tener una ubicación espectacular, las panorámicas eran más anodinas.
Paseos, chapuzones, silenciosas caminatas durante tres días, y un especial recuerdo para aquella ducha de agua dulce campestre al caer la tarde (el
cuerpo lo pedía después de aquellos baños en agua salada) que fue sin duda, gloria
y manjar otorgados por los dioses, en esta ocasión en forma de la familia
indígena que lo permitió.
Familia kogi, en Pueblito
Copyright © By Blas F.Tomé 2018
Una vez leído tu escrito, Blas, no me parece que tres días en el Parque Nacional Tayrona sean demasiados. Comprendo tu frustración en lo relativo a la fauna, pero todo lo demás merece la pena. Si yo me hubiera topado con el cartel de los 187 ahogados, no sé si hubiera sido obediente o... A veces me baño en el mar con bandera roja y me fastidia que vengan a sacarme "a la fuerza".
ResponderEliminarTres días para el viajero insatisfecho pudo ser mucho ahí ¿no? Quizás como dices para el relajo de tu reencuentro con la Ciudad Perdida. Yo me quedé sin conocer tan mentado Parque y quizás para un par de días de los que no dispuse no hubiera sido mal plan. Lo de las especies que esperamos ver y que no logramos ver me recuerda a muchos otros parques. No sé si porque nos creamos expectativas altas o nos creemos que las vamos a ver por las imagenes que nos muestran los folletos. Siempre quedará el recuerdo de aquella ducha dulce campestre. Gracias por los condolencias Blas. Hay que seguir y mirar "palante" compañero. Un abrazo :)
ResponderEliminarLo que cuentas deja un sabor apetecible, a pesar de lo que dices al principio.
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