El barquero 'malabarista' recibía al llegar al lago
Era uno de esos
sitios que no pensaba pisar al iniciar el viaje a Myanmar (Birmania). Tan
cacareado lugar parecía estar fuera de las aspiraciones del viajero insatisfecho, pero no siempre
uno hace caso de sus deseos pues, a veces, se deja llevar. De Mandalay,
pensando tomar rumbo sur, la gran parada podía ser algo parecido al lago
Inle.
Y así fue.
Llegó, después de
un largo viaje en minibús, a última hora de la tarde. El sol ya caía hacia el
horizonte cuando sus pies pisaban por primera vez el ribereño pueblo de Nyaungshwe
(¡vaya nombrecito!). Un tradicional pueblo birmano convertido en un concurrido
centro de viajeros, con pensiones, hoteles y guesthouse de todo tipo y calaña. Dejó su mochila en la habitación
de un barato hotel del pueblo y de inmediato, antes de que viniera la noche, se
dirigió a curiosear para enterarse de cómo sería el acceso al lago. Bajó por
una polvorienta aunque cuidada calle y, en pocos minutos, estaba observando el
inmenso movimiento de gente y las alargadas lanchas -unas aparcadas y otras
llegando con turistas a los múltiples muelles- que construían la típica imagen de 'turisteo' masivo aunque, debe decirlo, no a una escala de escándalo. El ruido de
motores de las long-tail (larga
cola), como se llamaba a estas barcas características de la zona, y el alboroto
de conductores y guías turísticos convertían el momento, en un tanto repulsivo.
Pero era el precio que había que pagar al visitar un lugar que había crecido
exponencialmente como destino turístico. Una inspección sana al muelle pero que
no sirvió para concretar nada sobre la actividad para el día siguiente. Fue el
mánager del hotel, un simpático birmano, quién le recomendó al propietario de
un lancha que sería el encargado de mostrarle el lago en toda su extensión o,
al menos, en parte.
Se arregló el precio y el asunto quedó zanjado.
Se arregló el precio y el asunto quedó zanjado.
Canal y ambiente de donde partió la 'long-tail'
Y desde ese
estrecho canal, lleno de normalidad y vida auténtica, ya subidos en la lancha,
partieron hacia otro canal más grande, pasaron por los muelles que vomitaban decenas
de lanchas y, a gran velocidad, abordaron la zona donde el lago adquiere ya una
gran amplitud. Allí le esperaban -al resto de las embarcaciones también, por
supuesto- los pescadores equilibristas o malabaristas, que buscaban ofrecer
(por supuesto a cambio de un dinero) la imagen que el viajero documentado
tendría ya insertada en su mente. Era una instantánea que vendía, pero no una
imagen real. Imagen oriunda que sorprendería a los primeros que tuvieron la
suerte de pisar este lago peculiar, pero que ahora era la oferta devaluada de
una vida real ya caduca.
Joven pescador manejando de manera tradicional su canoa
Pero, además, de
este momento turístico había otras instantáneas que se hacía necesario recoger:
pescadores moviendo con habilidad sus remos con pies y piernas; la pesca a base
de golpes de superficie; aquella anciana en su pequeña canoa de remos inmersa
en la pesca con artes tradicionales; los numerosos palafitos; poblaciones
lacustres en las diversas orillas, y barcas familiares que trasladaban enseres
no sabe dónde. Todas eran imágenes vivas, reales, de vida local, nada
turísticas, daban la sensación de un mundo lejano y rústico que todavía no
habría sido infectado por la malsana y tan pregonada globalización.
El día transcurrió entre
el disfrute por la tranquilidad de la gente que vivía en sus orillas, entre las
tiendas de artesanías en los palafitos cercanos (donde el barquero recibiría
una comisión, seguro), visitas a mercados flotantes y no flotantes, y a pagodas
y monasterios budistas de la zona que sin duda tenían su interés. Fueron ocho o nueve horas
de sensaciones extrañas, de mundos diferentes, de tranquilidad extrema y, como
no, de sanas vivencias que quedarán en la mente de este mochilero leonés.
¡Daros una vuelta
por allí!
Palafitos
Hombre, en su canoa
VÍDEO
Copyright © By Blas F.Tomé 2018
De la turistada a la "blasada". Si tú aún lo recomiendas y lo narras de esa forma es que aún sigue vivo. Me alegra mucho. Espléndido.
ResponderEliminarHola Blas. No conozco Myanmar o Birmania como le quieran llamar. Te van los viejacitos en lancha eh! Bueno en este caso Long Tail. Si, a mi tambien me gustan poco las turistadas, pero a veces es inevitable y después de todo, me quedo con tu final que es lo que al final queda de cada periplo: "Fueron ocho o nueve horas de sensaciones extrañas, de mundos diferentes, de tranquilidad extrema y, como no, de sanas vivencias que quedarán en la mente de este mochilero leonés.
ResponderEliminar¡Daros una vuelta por allí!"
Tu proximo libro: "El Viajero Insatisfecho en lancha por el mundo". No?
ResponderEliminarBien, bien, nos has dado la vuelta ala lago con todos sus encantos.
Besos
Pescadores equilibristas? Pescadores que mueven el remo con los pies y las piernas? No me lo creo. Seguiría de buena gana tu invitación de darme una vuelta por allí y tomarme unas buenas birras contigo para comprobarlo en persona-personalmente (en recuerdo al Catarela, personaje del Montalbano de A. Camilleri) y que me contaras más detalles.
ResponderEliminarUn abrazo!
PD. Te iba a decir "ven pronto", pero si estás a gusto...
Tranquilidad... Qué dos palabras para los que estamos 'engullidos' en nuestra ajetreada rutina diaria...
ResponderEliminarViajero-insatisfecho, puedo imaginar lo que se desconecta en ese tiempo de 'lancheo',y miradas 'perdidas'... pero bien 'enfocadas' (por las fotos que nos compartes), de todo...
Me has hecho pensar en esta frase, que leí un día, de Kipling (y que he ido a buscar porque de presumir que la recordaba completa, nada!):
"Las campanas del templo están llamando, y allí es donde debo estar, por la vieja pagoda Moulmein, mirando perezoso al mar; en la ruta a Mandalay".
PD. ¿Cómo será la técnica de esa 'malabarística-equilibrística pesca'? Imagino que mucha práctica y paciencia, como casi todo...
Viajero, te 'lancho' al viento (digo lanzo:)), un par de besossss...