Habían aparcado la moto y caminaban, el motero-guía y él, por una angosta vereda, después de haber visitado el poblado de las ‘mujeres jirafa’, hacia un pequeño paso fronterizo con Birmania. Acababan de dejar a un lado un poblado karem, originario birmano, refugiado en Tailandia y, mientras avanzaban, diversas imágenes cotidianas y sencillas se sucedían. Ahora, guardadas en su mente.
Una de ellas es la de la fotografía.
Niños de un pobre y cercano poblado (cada uno de estos asentamientos más mísero que el anterior) se entretenían cazando saltamontes, como juego y posterior alimento. Constituían una especie de pelotón de combate, cada uno de ellos especializado en un armamento. Estaban los azuzadores (1, 3 y 4) que con un sencillo palo se encargaban de rodear al animal y sacarle de la espesa maleza; el ‘inmovilizador’ (2) que en un descanso y despiste del bicho, le sujetaba veloz con su arma, y el captor (5) que una vez inmovilizado le agujereaba con el afilado aguijón de madera que portaba. A la vez, éste servía de transporte (No se aprecia, excepto en sus alegres ojos (5), pero transportaba ya dos de estos insectos).
Creed ahora al mochilero, que observó, detenido a lo lejos, su acción de ataque, y exhibe ahora documento acreditativo. Posaron para él, resignados, después de iniciada, aunque no finalizada, la batida.
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