Sólo se habían colado referencias de personas que conocen al viajero insatisfecho pero nadie sabía de su ídolo secreto: otro viajero, en este caso, viajera.
¿Quién duda de ella? ¿De su capacidad como trashumante?.¿Quién no ve su mochila al hombro?. ¿Quién no aprecia su incipiente paso al caminar?. ¿Quién no observa su pasión viajera?. ¿O sus sandalias Clark de nómada existencia?.
¿Y sus braguitas, recién lavadas en el viejo barreño de un barato hotel?.
¿Y su sonrisa y pasión errante en el gesto?.
Toda ella, olvidada en un rincón del polvoriento salón, recuerda a Freya Stark, o a Mary Slessor, o quizás a Mary Kingsley.
Son muchas tardes de miradas cruzadas, muchos días de compartir espacios, de admirar su rutilante brillo y percibir su insistente curiosidad para que esta bella y estática viajera no se convirtiera en el mito de un insatisfecho vivir.
Ella le espera paciente a que vuelva de cada uno de sus viajes y le recibe con la misma expresión de rostro con el que en su día le despidió desde su misma posición y el mismo rincón. Hierática mirada. Aunque a su regreso al mochilero le gustaría que su ídolo supiera agradecer sonriente los ecos de melodías que el viento la debió de traer, a través de kilómetros y kilómetros de distancia, desde el lugar que él mismo se las envió.
Pero…., es así.
¿Quién duda de ella? ¿De su capacidad como trashumante?.¿Quién no ve su mochila al hombro?. ¿Quién no aprecia su incipiente paso al caminar?. ¿Quién no observa su pasión viajera?. ¿O sus sandalias Clark de nómada existencia?.
¿Y sus braguitas, recién lavadas en el viejo barreño de un barato hotel?.
¿Y su sonrisa y pasión errante en el gesto?.
Toda ella, olvidada en un rincón del polvoriento salón, recuerda a Freya Stark, o a Mary Slessor, o quizás a Mary Kingsley.
Son muchas tardes de miradas cruzadas, muchos días de compartir espacios, de admirar su rutilante brillo y percibir su insistente curiosidad para que esta bella y estática viajera no se convirtiera en el mito de un insatisfecho vivir.
Ella le espera paciente a que vuelva de cada uno de sus viajes y le recibe con la misma expresión de rostro con el que en su día le despidió desde su misma posición y el mismo rincón. Hierática mirada. Aunque a su regreso al mochilero le gustaría que su ídolo supiera agradecer sonriente los ecos de melodías que el viento la debió de traer, a través de kilómetros y kilómetros de distancia, desde el lugar que él mismo se las envió.
Pero…., es así.
Así es su ídolo.
Copyright © By Blas F.Tomé 2009
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