Cerveza, whisky, coca-cola, calimocho, fanta, cerveza, sangría, tinto de verano, calimocho, fanta,….
Nada. Nada.
Donde esté un jugo natural, tomado una mañana calurosa, con brisa matinal, y húmeda por las amazónicas aguas cercanas, que se quite cualquier brebaje moderno, mezclado de repelentes conservantes y aditivos. Este viajero insatisfecho siempre recordará aquellos jugos que tomaba nada más levantarse en Leticia (Colombia), una de las tres ciudades ribereñas que formaban La Triple Frontera.
En el mercado de Leticia, rodeado de puestos de frutas, verduras y carnes maltrechas, detrás de la hornacina de una simpática virgen, una de las muchas veneradas por el pueblo colombiano, estaba el chiringuito “La piragua” donde servían los mejores jugos o zumos naturales, con carteles anunciadores de nombres estrambóticos, de frutas tropicales, desconocidas para este occidental europeo. Todavía, a veces, saliva cuando le vienen a su obtusa mente. Era, incluso, una particular forma de levantarse el saber que el jugo estaba esperando a la espalda de aquella kitsch y pretenciosa hornacina.
Eran los jugos de aquella selvática ciudad colombiana, que poseía almas-gemelas en Brasil y Perú: Tabatinga y Santa Rosa. Aquella zona, conocida como La Triple Frontera, tenía al río Amazonas como divisoria, además de una larga y terrible historia. Va a dejar que sea Javier Reverte quien explique con sus palabras, de experto periodista y viajero, la particularidad del lugar. Espera que Reverte sepa perdonar esta apropiación de conocimientos, tomados de su libro “El río de la desolación”:
“Y por más que los mapas y las administraciones públicas las separen, estos hombres y mujeres fronterizos que habitan en mitad de una selva que no acepta comunicaciones por tierra con ningún otro lugar, son en el fondo una misma y única población. Da lo mismo que se expresen en dos idiomas y que las matrículas de sus autos sean diferentes y que cuenten billetes de banco con distintas denominaciones. La Triple Frontera es una geografía semejante: tres almas con un mismo cuerpo o tres cuerpos con el mismo corazón”.
Y además de los sabrosos jugos, estaba el río, bestia, vasto, grandioso, acogedor y fiero. Sus habitantes lo querían y lo respetaban. Prepárese aquel que ose dañarlo con malditos requerimientos industriales.
Nada. Nada.
Donde esté un jugo natural, tomado una mañana calurosa, con brisa matinal, y húmeda por las amazónicas aguas cercanas, que se quite cualquier brebaje moderno, mezclado de repelentes conservantes y aditivos. Este viajero insatisfecho siempre recordará aquellos jugos que tomaba nada más levantarse en Leticia (Colombia), una de las tres ciudades ribereñas que formaban La Triple Frontera.
En el mercado de Leticia, rodeado de puestos de frutas, verduras y carnes maltrechas, detrás de la hornacina de una simpática virgen, una de las muchas veneradas por el pueblo colombiano, estaba el chiringuito “La piragua” donde servían los mejores jugos o zumos naturales, con carteles anunciadores de nombres estrambóticos, de frutas tropicales, desconocidas para este occidental europeo. Todavía, a veces, saliva cuando le vienen a su obtusa mente. Era, incluso, una particular forma de levantarse el saber que el jugo estaba esperando a la espalda de aquella kitsch y pretenciosa hornacina.
Eran los jugos de aquella selvática ciudad colombiana, que poseía almas-gemelas en Brasil y Perú: Tabatinga y Santa Rosa. Aquella zona, conocida como La Triple Frontera, tenía al río Amazonas como divisoria, además de una larga y terrible historia. Va a dejar que sea Javier Reverte quien explique con sus palabras, de experto periodista y viajero, la particularidad del lugar. Espera que Reverte sepa perdonar esta apropiación de conocimientos, tomados de su libro “El río de la desolación”:
“Y por más que los mapas y las administraciones públicas las separen, estos hombres y mujeres fronterizos que habitan en mitad de una selva que no acepta comunicaciones por tierra con ningún otro lugar, son en el fondo una misma y única población. Da lo mismo que se expresen en dos idiomas y que las matrículas de sus autos sean diferentes y que cuenten billetes de banco con distintas denominaciones. La Triple Frontera es una geografía semejante: tres almas con un mismo cuerpo o tres cuerpos con el mismo corazón”.
Y además de los sabrosos jugos, estaba el río, bestia, vasto, grandioso, acogedor y fiero. Sus habitantes lo querían y lo respetaban. Prepárese aquel que ose dañarlo con malditos requerimientos industriales.
Les pertenecía y lo adoraban como los quechuas y aymaras a la pachamama.
Copyright © By BlasFT 2009
"Seco", ¡que pasa!, ahora vas de abstemio, contando que bebes zumitos tropicales, echando por tierra las arrobas de cervezas y cubatas que has orinado, pues que sepa el personal que eres un "borrachuzo".
ResponderEliminarHola Blas, feliz año nuevo, pena de zumitos para acompañar el viaje frontera entre esos 2 años que también son lo mismo, pena que se vendan tan lejos. Oye, la foto del mosquito y la Chikungunya, o algo así, me impresionaron, mira que estarse tan quietito (el humano) para la foto mientras te sacan el jugo... Un besote, saludos.
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