El shadu recogió el trozo de granada que le entregó el viajero insatisfecho en su palma de la mano.
Con suavidad (Aquello le convirtió en “su sadhu”).
Con la misma suavidad que le vio alejarse tan solo unos metros. Con la misma suavidad que se acercó a pedírsela, con un gesto. Casi quitársela. Con la misma suavidad que miró al viajero blanco y barbudo un instante, justo al tomar la granada.
Una mirada que hizo las veces de agradecimiento.
El mochilero observaba a “su sadhu” sorprendido, aunque no fuera la primera vez que veía a un personaje así. Hay muchos por las calles de la India, muchos escondidos en los lugares más insospechados, observando la religiosidad de la vida con la nitidez de un asceta, con la complejidad de una persona perdida y lejana.
Con suavidad y una lentitud pasmosa fue sacando el contenido de la granada, grano a grano. Un joven hindú pasó a su lado y dejó caer una rupia en su saco semivacío que tenía a los pies. El mochilero miraba, y oía el agua del Ganga (río Ganges) que pasaba al lado de la suavidad del sadhu. Sentado, tranquilo, en silencio, con su pelo moreno atado en moño, los brazos apoyados en las rodillas, su larga barba blanca, casi cenicienta, formando una típica silueta oriental.
[Le sacó una fotografía].
El que nunca haya tenido a unos metros a un sadhu nunca contrastará con lo que es su ajetreada vida propia y personal. Este sadhu de Rishikesh respira su ciudad sagrada. Palpa a la madre Ganga, que se muestra salvaje y ruidosa a su paso capitalino.
Con suavidad (Aquello le convirtió en “su sadhu”).
Con la misma suavidad que le vio alejarse tan solo unos metros. Con la misma suavidad que se acercó a pedírsela, con un gesto. Casi quitársela. Con la misma suavidad que miró al viajero blanco y barbudo un instante, justo al tomar la granada.
Una mirada que hizo las veces de agradecimiento.
El mochilero observaba a “su sadhu” sorprendido, aunque no fuera la primera vez que veía a un personaje así. Hay muchos por las calles de la India, muchos escondidos en los lugares más insospechados, observando la religiosidad de la vida con la nitidez de un asceta, con la complejidad de una persona perdida y lejana.
Con suavidad y una lentitud pasmosa fue sacando el contenido de la granada, grano a grano. Un joven hindú pasó a su lado y dejó caer una rupia en su saco semivacío que tenía a los pies. El mochilero miraba, y oía el agua del Ganga (río Ganges) que pasaba al lado de la suavidad del sadhu. Sentado, tranquilo, en silencio, con su pelo moreno atado en moño, los brazos apoyados en las rodillas, su larga barba blanca, casi cenicienta, formando una típica silueta oriental.
[Le sacó una fotografía].
El que nunca haya tenido a unos metros a un sadhu nunca contrastará con lo que es su ajetreada vida propia y personal. Este sadhu de Rishikesh respira su ciudad sagrada. Palpa a la madre Ganga, que se muestra salvaje y ruidosa a su paso capitalino.
No pareciera Rishikesh el lugar ideal para meditar, pero lo es. Este viajero vio occidentales -tal vez patrañeros- vestidos de ascetas monacales, de imagen rasta y llevando una aparente vida de meditación. Aunque nada que ver con la verdad que transmitía “su sadhu”, cercano, en la ribera del Ganga.
Copyright © By BlasFT 2008
Siempre me han fascinado estas personas, que parecen vivir otro mundo. Te imaginas si todos hiciéramos lo mismo?...a quien le pediríamos un poco de comida?
ResponderEliminarBesotes.