El viajero insatisfecho se ha relacionado con chamanes (son un misterio) y con jefes de comunas (normales y corrientes), pero nunca lo ha hecho con caciques.
Pero caciques antiguos.
Aquellos de las películas infantiles que, aunque bravos, mantenían un cierto aire de exotismo. No como los de ahora, que se convirtieron hace tiempo en peligrosos.
Aquellos, ya no existen. En sus paseos los ha buscado y en su interior los tiene descritos, pero no los ha visto. Se va a atrever con la descripción de uno de ellos que tiene en su mente:
Era uno de los hombres más notables y más aristocrático de entre los de su raza. Para ser un cafre (habitante de la antigua colonia inglesa de Cafrería, en Sudáfrica), su corpulencia resultaba inmensa; pero no era solamente grueso, sino de aspecto imponente, monumental. Su cuerpo erguido estaba cubierto de bellos y ricos ropajes, de sedas trenzadas y coloreadas y de bordados de oro. Su enorme cabeza, iba envuelta en un pañuelo verde y negro; la cara grande, redonda y llena de arrugas y sinuosidades; dos profundos surcos semicirculares partían de cada lado de las anchas y exageradas ventanillas de la nariz y parecían encerrar la boca, de gruesos labios, en una cerca prisionera. El cuello era macizo como el de un toro. Constituía, en fin, un conjunto que, una vez visto, no se olvidaría jamás.
Aquellos, ya no existen. En sus paseos los ha buscado y en su interior los tiene descritos, pero no los ha visto. Se va a atrever con la descripción de uno de ellos que tiene en su mente:
Era uno de los hombres más notables y más aristocrático de entre los de su raza. Para ser un cafre (habitante de la antigua colonia inglesa de Cafrería, en Sudáfrica), su corpulencia resultaba inmensa; pero no era solamente grueso, sino de aspecto imponente, monumental. Su cuerpo erguido estaba cubierto de bellos y ricos ropajes, de sedas trenzadas y coloreadas y de bordados de oro. Su enorme cabeza, iba envuelta en un pañuelo verde y negro; la cara grande, redonda y llena de arrugas y sinuosidades; dos profundos surcos semicirculares partían de cada lado de las anchas y exageradas ventanillas de la nariz y parecían encerrar la boca, de gruesos labios, en una cerca prisionera. El cuello era macizo como el de un toro. Constituía, en fin, un conjunto que, una vez visto, no se olvidaría jamás.
¿Sería un cacique o sería un sueño?.
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