En la imaginaria ciudad de Qobus había una torre -de barro y arcilla toda ella- tan grande, tan magnífica y tan placentera de mirar que todos los hombres y mujeres de la ciudad decían que por ella no pasaba el tiempo. Habían nacido, mamado y crecido con ella. Con ella dieron sus primeros pasos de niños juguetones, a su lado se dieron tempranos y adolescentes besos, y después -ya crecidos- al despertar del diario sueño, la miraban a lo lejos por la puerta entreabierta de su vivienda.
A las 7 de la mañana daba su sombra a la casa de mi amiga Sarí; a las 10 a Vahid; a las 12, con el sol casi en la vertical, su sombra apenas cubría las espaldas del vagabundo Samarcanda que se apoyaba en ella para recordar sus viajes a lugares míticos y de ensueño; por la tarde, a las 5, rozaba la casa de la familia Beg. A mi casa le tocaba a las 6 -con el sol casi adormilado- pero yo, por la mañana, visitaba a Sarí y Vahid; a mediodía, me acercaba a charlar con el vagabundo que me contaba historias del país de Ulug, y por la tarde (a las 5) visitaba a los Beg.
A las 7 de la mañana daba su sombra a la casa de mi amiga Sarí; a las 10 a Vahid; a las 12, con el sol casi en la vertical, su sombra apenas cubría las espaldas del vagabundo Samarcanda que se apoyaba en ella para recordar sus viajes a lugares míticos y de ensueño; por la tarde, a las 5, rozaba la casa de la familia Beg. A mi casa le tocaba a las 6 -con el sol casi adormilado- pero yo, por la mañana, visitaba a Sarí y Vahid; a mediodía, me acercaba a charlar con el vagabundo que me contaba historias del país de Ulug, y por la tarde (a las 5) visitaba a los Beg.
(Dedicado a quien me lee, sin faltar un solo día).
Me parece un relato muy bonito.
ResponderEliminarSaludos.
Precioso. Un beso
ResponderEliminar"Seco", espero que sombra de ese enorme "falo" no alcance nunca mi domicilio.
ResponderEliminarBreve relato lleno de ternura y humanidad.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!