La arribada del barco a ciudad de Santarém fue a una hora ideal. A media mañana. Una mañana que, por cierto, despertó más fría de lo habitual, con una cierta niebla rasante que se metía entre las hamacas tanto ocupadas como vacías. Desde dos horas antes hubo movimientos múltiples en el segundo piso del barco: organización de enseres, descuelgue de hamacas, recolocación del espacio que quedaba libre y charlas apresuradas de conocidos que se quedaban en la ciudad con otros que continuaban hacia Belem.
El libro-guía de bolsillo, entre otras cosas, decía que “aunque es la tercera ciudad más grande del Amazonas y ha obtenido considerables beneficios de la reciente fiebre del oro del interior, Santarém parece un lugar pequeño y adormecido”. Y lo parecía, sobre todo adormecido. Sólo una veintena de personas en el muelle, algunas con ganas de subir.
Este viajero insatisfecho esperaba a que el “autobús fluvial” (iba muy lento como con miedo a embarrancar) dejara el tuc….-tuc….-tuc, y se inmovilizara en el muelle, para darse un paseo por los alrededores y conocer un poco el villorrio amazónico. Pero la parada fue tan breve que sólo le dio tiempo a darse una mini-vuelta y comprar dos chucherías necesarias. Al subir, y ante la puerta de uno de los cuatro camarotes que poseía el barco, vio una linda mujer, o mejor una jovencísima niña, o mejor las dos cosas a la vez, como si fuera una india tapuiçu, o al menos así se imaginaba este viajero a las indias e indios que poblaron esta zona cuando llegaron los jesuitas en el siglo XVII. Ojos oscuros, piel oscura, cabello negro y unos pechos tan bien formados que le quitaban “todo el hierro” a su cuerpo casi infantil. Era, por decir algo breve, un regalo para la vista.
El libro-guía de bolsillo, entre otras cosas, decía que “aunque es la tercera ciudad más grande del Amazonas y ha obtenido considerables beneficios de la reciente fiebre del oro del interior, Santarém parece un lugar pequeño y adormecido”. Y lo parecía, sobre todo adormecido. Sólo una veintena de personas en el muelle, algunas con ganas de subir.
Este viajero insatisfecho esperaba a que el “autobús fluvial” (iba muy lento como con miedo a embarrancar) dejara el tuc….-tuc….-tuc, y se inmovilizara en el muelle, para darse un paseo por los alrededores y conocer un poco el villorrio amazónico. Pero la parada fue tan breve que sólo le dio tiempo a darse una mini-vuelta y comprar dos chucherías necesarias. Al subir, y ante la puerta de uno de los cuatro camarotes que poseía el barco, vio una linda mujer, o mejor una jovencísima niña, o mejor las dos cosas a la vez, como si fuera una india tapuiçu, o al menos así se imaginaba este viajero a las indias e indios que poblaron esta zona cuando llegaron los jesuitas en el siglo XVII. Ojos oscuros, piel oscura, cabello negro y unos pechos tan bien formados que le quitaban “todo el hierro” a su cuerpo casi infantil. Era, por decir algo breve, un regalo para la vista.
Más tarde, ya anochecido, y el barco en medio de las aguas que regaban el territorio de los antiguos y nuevos pobladores, presenciaría las entradas y salidas de varios hombres en el camarote, y oiría las risas y pequeños grititos (a ratos perdidos entre ecos de la noche, tuc-tuc-tuc…tuc-tuc) en el interior del habitáculo de la imaginaria india tapuiçu.
Copyright © By Blas F.Tomé 2007
"Seco", estoy "jarto" de tus provocaciones, pero "Acepto la provocación", con el "misario" que me escribiste y el ánimo que me dió "anómino", voy a seguir de vez en cuando ensuciando tus brillantes artículos, pero deja de una puñetera vez el "tuc","tuc", "tuc" ....ya se que Tomé es Unico en la Cama.
ResponderEliminar¡Bien, "conquense"!. Eres un concentrado observador, y los "tuc-tuc-tuc" son para sacarte del ensimismamiento.
ResponderEliminarAhora en serío, el siguiente es el último de "Acepto la provocación". Era un reto, y encima si leiste el primero te habrás dado cuenta que me justifico.
¿Y que anarquista se justifica?.
los anarquistas no se justifican?
ResponderEliminar