Que el trayecto entre Antananarivo y Mahajanga (Madagascar) era largo, lo
sabía; con carreteras alicatadas de profundos baches, lo había oído; con alguna
que otra avería, intuía, y con pinchazo imprevisto, suponía. Lo que no sabía,
ni intuía era hasta dónde podría cargarse aquel viejo pero brillante Peugeot 504 que tenía delante y, sobre
todo, qué posibilidades de respirar tendría entre achuchones, tanta camiseta
raída y vestidos de inseparable sudor negro.
El conductor se esforzaba en
colocar fardos en el techo del pequeño vehículo, atiborrado ya de cajas,
calabazas y sacos. Esperaban allí dos personas cuando el viajero
insatisfecho preguntó al hombre de las alturas si aquel era el transporte
para Mahajanga. Movió su marcada
mollera negra y sus ojos saltones mientras le hacía gestos para que encaramara
a lo alto su pesada mochila portada a la espalda.
La plaza al lado del conductor
estaba ocupada por una señora gorda, silenciosa y negra/brillante, con vestido
floreteado de colores y negra cabeza llena de rizos. El leonés tomó posesión
detrás, en el amplio asiento intermedio, a la espera -pensaba- de otras dos
personas. En cuanto a aquel asiento delantero ya ocupado, después de una larga
tertulia, no exenta de griterío, en la que intervino no sólo el conductor sino
todos los que por allí merodeaban, y eran muchos, fue abandonado por aquella
taciturna mujer. Un viejo ochentón de
aspecto moribundo (quizás, enviado a casa, desahuciado de algún dispensario),
rostro amarillo, pálido y en constante y trabajosa respiración, fue aupado y
colocado entre un mozalbete y una mujer. La hija, supuso. Con lo que a la vera
del conductor iban ya tres personas más. La señora gorda pasó a ocupar el
puesto que este ‘blogger’ tenía al
lado.
Poco a poco, con un pertinaz
goteo, el Peugot se fue llenando. En
la parte de atrás (normalmente, maletero), mediante alguna componenda casera,
habían habilitado otros dos asientos, ya repletos con dos jóvenes y una mujer
de bonito pañuelo granate enrollado a modo de turbante.
Entretanto, el moribundo ochentón no se le iba de la cabeza.
¡Pobre hombre!.
El viajero, con su mochila azul en
brazos, aplastado contra la oxidada puerta y presionado por la floreteada
gorda, sin atreverse a protestar, miró a los otros tres que ocupaban este
segundo asiento intermedio. El suyo. Todavía hubo espacio para que otra joven
se sentara despreocupada en el suelo del vehículo, doblada, a los pies de un
señor, con su cabeza apoyada en la vecina gorda de vestido floreado. Con un asustado
niño pequeño, alzado en aquel instante al asiento trasero, eran trece personas.
Como si se le hubiera aflojado una biela del cerebro, el mochilero les contaba una y otra vez mentalmente.
Preocupado, pensaba en las largas horas y meditaba la decisión a tomar:
continuar hasta el final del trayecto o apearse y esperar al dia siguiente, aún
previendo que sería, quizás, más de lo mismo.
¿Quién dijo miedo?.
¡Áfricaaaaaaaa!.Copyright © By Blas F.Tomé 2012
quien dijo miedo?
ResponderEliminarsolo falta que al llegar el señor mayor este muerto
retratas tan bien que estoy encogido ente la llanta y la gorda
BlasFTomé,
ResponderEliminarsegún iba leyendo tu largo y "apretado"(casi constriñido)trayecto...Iba sintiendo una especie de congoja, ahogo y presión en el pecho... Imaginaba que por el relato y el calor.., pero ¡no! era por verme a mí misma en la misma posición (situación) que el viajero, o sea, con la mochila abrazada muy fuerteeeeee contra el pecho... ;-)Mira que no estaba el viaje, ni el momento, para echarse unas risas, Blas... pero yo he soltado una carcajada imaginando tu cara y a tu pobre y sufrida mochila espachurradaaaaaaa...
Continuamos el viaje? Porque espero que el viajero-insatisfecho, sudoroso (y nada miedica...) no salieses por la ventanillaaaaaaa...
Veo que has puesto el turbo... Volveré, BlasFTomé. Mientras, unos besosssss y abrazos sin apreturas.
Pilar
Me he reido, como si llorara, leyendo lo que cuentas con ese realismo tan tuyo. A mi me pasó algo muy parecido en América, de esa forma aprendí que siempre hay espacio, se podría llamar poniéndonos tristemente poéticos "la magia de los pobres".
ResponderEliminarGracias y saludos.
Bueno Blas, en total cuántos ibais en el "peyó"? He perdido la cuenta pero así, sin entrar en detalles, parece que el coche llevaba más gente que un microbus!
ResponderEliminarComo si se le aflojara una viela en el cerebro, dice él. Así nos luce el pelo, llevando vielas en el cerebro ¿qué se puede esperar?
ResponderEliminarMe ha encantado el momento y lo bien que te las apañas para dibujar a los personajes para suplir la falta de la foto (ver primera fotografía)
Suelen ser momentos inolvidables en los viajes, cuando se producen situaciones así. Me quedo intrigada con el desenlace porque, digo yo, el mochilero no se pasaría callado todo el trayecto ¿o si?.
Que manía tengo de preguntar...
Magnífica descripción de un momento africano, dignísimo para ser el comienzo de una estupenda novela de aventuras viajeras, chaval.
Besos.
¡¡13 personas!! No se puede negar que el coche iba al completo, eso aquí es impensable, pero, como bien dices, eso es África...y tú la conoces bien.
ResponderEliminarUn abrazo, Blas.