El gigantesco Erawan Elephant era un elefante de tres cabezas que medía, desde la base hasta la parte más alta, 43 metros, ¡es decir!, lo que un edificio de 14 pisos. Y eso que, el dios Indra, que cabalga normalmente sobre Erawan, no fue agregado al conjunto.
El abdomen albergaba un templo dedicado a Buda donde no podía faltar la figura de un ‘afeminado’ Buda (¡perdón, no pretende ofender!), iluminado por una tenue luz como de ‘bombilla de bajo consumo’. Allí estuvo, entre consternado e incrédulo por semejante magnificencia, este mochilero una mañana de agosto, después de sortear cantidad de obstáculos idiomáticos, lingüísticos y de barato transporte.
Enclavado dentro de un cuidado jardín de cuento de hadas thailandés, a las afueras de Bangkok, el monumento del ‘elefante de las tres cabezas’ aparecía tranquilo, recogido y reposado, a pesar del sonoro (allí, entonces, silencioso) gruñir de los vehículos de cuatro (o doce) ruedas, aquella soleada y muy calorosa mañana.
Constituyó un momento de reposo ideal para los cansados cuerpos de aquellos dos turistas/viajeros, en sus horas finales del periplo thailandés.
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