22 de octubre de 2007

Zanzíbar

Como si persiguiera a su “propio Livingstone”, la puerta de entrada de este viajero a África fue la isla de Zanzíbar y, según decía Henry Stanley en su libro En busca del doctor Livingstone, “ignoraba completamente qué era necesario para emprender una expedición al interior de África, y toda la noche estuve haciéndome preguntas, ¿Cuánto dinero se necesita? ¿Cuántos soldados o askaris?...”.
Zanzíbar -continúa Stanley- es el Bagdad, el Ispahan, el Estambul de África oriental”, aunque, ahora, es conocida más popularmente como la “isla de las especias”.
Y es todo eso.
Pero también es una tierra de gentes multiétnicas de ascendencia oriental, árabe, negra, indo-musulmana, europea,…. Llena de comerciantes, en tiempos del explorador Stanley, y llena de comerciantes, en tiempos actuales.
La ciudad vieja o “Stone Town” (Ciudad de Piedra) es un conglomerado -casi laberinto- de calles estrechas. Pasear por ellas es volver, con mente abierta, a siglos ya pasados, es recrearse con las casas, con sus arcadas árabes, sus puertas talladas, hay centenares (ver fotografía), con sus ventanas de celosías y con las mezclas árabes y swahilis en sus habitáculos. Relaja pasear por el laberinto sintiéndote como antiguo morador y posible explorador de las tierras interiores africanas. Relaja sentarse en la terraza del Africa House Hotel, de impresionantes vistas y sillones ahora cojos y destrozados, aunque lustrosos en tiempo de conquistas y épocas coloniales.
Este viajero insatisfecho no quiso mirar al brujo, encantador de serpientes, que, alertado por la afluencia turística, hacía malabarismos en la esquina de una concurrida calle.

Falso brujo, falsa serpiente, falso trabajo, falso turista, falso reclamo, falso ambiente, destructor de culturas ancestrales.

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