Una calle cualquiera de Lodwar. En primer plano, un hombre turkana
Como previsiblemente llegaría muy entrada la noche a Lodwar (ciudad relativamente cerca del lago Turkana que pensaba visitar), después de traquetear con el autobús la desastrosa carretera, toda ella llena de baches y socavones, había pedido al joven y simpático conserje del hotel Alakara, en Kitale, donde se encontraba, que llamara para reservar una habitación en el Navoitorong Guest House, de Lodwar. Y sí, el autobús llegó muy cerca de la medianoche a la ciudad de destino, base para tratar de llegar al día siguiente al lago Turkana. A modo de taxi, a esas altas horas, pidió a un motorista que le llevara al hotel previa negociación del precio.
Sin conocer la ciudad y sus 'intríngulis' era difícil no ponerse nervioso ante tantos minutos transcurridos desde la salida de la parada de bus y tantos cambios de sentido del joven (calle a la derecha, ahora calle a la izquierda, media vuelta en la rotonda, y así varios kilómetros). Se paraba y el motero observaba en la oscuridad varias direcciones, volvía a arrancar su moto y se mostraba dubitativo. Otro motero que aparecía de no sabe dónde se paraba en el camino y hablaba con él en su lengua turkana. No encontraba, o no conocía, el Navoitorong Guest House. La ciudad, a esas horas, sin apenas iluminación producía respeto si no miedo al viajero insatisfecho. Se masticaba el polvo que impedía ver con claridad la cerrada noche. A la mañana siguiente entendería el porqué de ese polvo: no llovía en la ciudad desde hacía muchos meses; una ciudad, por otra parte, en medio de un semi-desierto. Un hotel cercano, a unos cuarenta metros de la parada del bus (no hubiera hecho falta alquilar un motorista), le recibió a esas horas con los brazos abiertos. Al día siguiente, durante la visita al lago Turkana, a donde le acercó otro motorista, le contó en tono amigable la historia y le pidió que, al regreso, le acercara para conocer de una vez Navoitorong Guest House donde tenía una habitación reservada la noche anterior. Le aseguró que no estaba en el centro y que tendrían que ir las fueras de la ciudad. Ningún problema. Este leonés se sentía seguro, era de día y además el motorista era casi su amigo. La habitación era carísima (recordaba que cuando había reservado le habían dicho un precio razonable) y el local muy nuevo y con cierto lujo. Se tomaron una cerveza (el motorista fue invitado) y se largaron del hotel. Al salir, en el pequeño cartel de entrada ponía el nombre del hotel, y no era el Navoitorong Guest House. No dijo nada a su motorista y colega de aventuras en el lago Turkana.
Siempre le quedará la duda: ¿existirá el Navoitorong Guest House o será un sueño de la guía Lonely Planet que lo sugería? . Y si existe, ¿por qué nadie quiso llevarle allí?. El recepcionista del hotel de Kitale habló y reservó una habitación por una noche a un precio muy razonable ¿tendrá el Navoitorong Guest House algún maleficio?.
¡Cosas de África!
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F.Tomé 2016
Eso, cosas de Africa! Y, sobre todo, cosas de la noche oscura! Menos mal que el leones es un valiente que desafia a los espiritus encaramado en las motos amigas...
ResponderEliminarVeo que te vas animando! Esperamos tus aventuras en el lago.
Besos
Tu conclusión es estupenda: cosas de Africa. Y añado yo: cosas del viajar a tu aire.
ResponderEliminarGracias y saludos.
¿Y a mi me dicen que si no me "confunde" la noche madrileña? jajaja. Peror es hacer tratos con moteros por ahí. Cuidate, que eres el único corresponsal allí.
ResponderEliminarPor lo que se deduce del relato "¡Cosas de África!" es cualquier acto cotidiano convertido en aventura, es más, en aventura literaria.
ResponderEliminarGracias por compartirlo. Saludos cordiales.
Misterioso lugar. Tan misterioso como la de la amiga virtual que aparece y desaparece. Magia? Meigas? Quién sabe.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte!