Al empezar a fraguar esta entrada, el viajero insatisfecho estaba leyendo al periodista judío Kaplan, Robert D. Kaplan, uno de sus inevitables personajes de ronda por el mundo mundial y conocedor de los entresijos de la persona y la naturaleza humanas. Y subscribió, al instante, una de sus afirmaciones que transcribe seguidamente:
“Quería verme como un viajero en el sentido anticuado de la palabra. Un viajero acepta a la gente que le rodea y las cosas que le pasan. Nunca exige ni se queja; se limita a escuchar y observar (…)”.
A este mochilero le viene a la cabeza cuando pretendía conocer un pequeño pueblo a orillas del lago Malawi y las posibilidades de hacerlo eran únicamente esperar a que un desvencijado Land Rover hiciera acopio de pasaje, con lugareños, para comenzar así el trayecto de 30 kilómetros hasta esa villa ribereña.
En África, ese conocido sistema puede llevar a uno a viajar entre sacos apilados y gente más apilada aún, sentada -amontonada- en la caja de uno de esos viejos vehículos todoterreno.
En África, la espera es una filosofía de vida.
Y esperó. Largas horas, y aún así esperó. Ahora ante la frase de Kaplan se limita a sentirse orgulloso pues el viajero, en el sentido anticuado de la palabra, “nunca exige ni se queja”.
“Quería verme como un viajero en el sentido anticuado de la palabra. Un viajero acepta a la gente que le rodea y las cosas que le pasan. Nunca exige ni se queja; se limita a escuchar y observar (…)”.
A este mochilero le viene a la cabeza cuando pretendía conocer un pequeño pueblo a orillas del lago Malawi y las posibilidades de hacerlo eran únicamente esperar a que un desvencijado Land Rover hiciera acopio de pasaje, con lugareños, para comenzar así el trayecto de 30 kilómetros hasta esa villa ribereña.
En África, ese conocido sistema puede llevar a uno a viajar entre sacos apilados y gente más apilada aún, sentada -amontonada- en la caja de uno de esos viejos vehículos todoterreno.
En África, la espera es una filosofía de vida.
Y esperó. Largas horas, y aún así esperó. Ahora ante la frase de Kaplan se limita a sentirse orgulloso pues el viajero, en el sentido anticuado de la palabra, “nunca exige ni se queja”.
En este caso, espera.
Aún así, pagó un desorbitado monto de monedas -mucho más que los lugareños- por transitar por un peligroso camino entre montañas y ver, al girar una curva, el lago a lo lejos. Encontró un pueblo de pescadores, cuatro turistas mochileros emparejados a cuatro turistas mochileras y una playa de arena con secaderos de pescado en ella (ver fotografía).
Aún así, pagó un desorbitado monto de monedas -mucho más que los lugareños- por transitar por un peligroso camino entre montañas y ver, al girar una curva, el lago a lo lejos. Encontró un pueblo de pescadores, cuatro turistas mochileros emparejados a cuatro turistas mochileras y una playa de arena con secaderos de pescado en ella (ver fotografía).
Además, haciendo caso al autor judío, este solitario casi-trotamundos se limitó “a escuchar y observar”.
Copyright © By Blas F.Tomé 2007
"Seco", el viajero mochilero se limita a escuchar y observar, ni exige ni se queja; no como tú que "has condenado para siempre" a esa cervecería de tu barrio.
ResponderEliminarA ver si aprendes.
Pero de los sitios donde has estado ¿has dejado algún rincón por descubrir?. Algún día nos contarás de donde sacas la información de esos lugares tan remotos y casi inaccesibles para el viajero.
ResponderEliminarY como dices tú, la espera es una filosofía de vida en África, y como dicen cuando llegas "This is África".