20 de septiembre de 2025

Punta Cana, y alrededores / República Dominicana


Escultura a la entrada de Friusa, en el cruce con la Highway

Las tres últimas noches las pasó el viajero insatisfecho en la zona de Punta Cana, de donde salía el avión de regreso a España. Estaba a unos treinta kilómetros del aeropuerto, hospedado en un modesto hotel, en un área alejada de la playa que llamaban Friusa, del otro lado de la Highway, o Bulevar Turístico del Este. En los alrededores del hotel, prevalecía un cargado ambiente dominicano, muy local y deteriorado. Mucho movimiento, mucho jaleo y mercadeo, y calles ruidosas bastante abandonadas. El Friusa, como centro comercial, aparentaba bastante desastroso. Aun así, disfrutó de esos dos o tres días realizando salidas turístico-mochileras.

Una de las jornadas, se atrevió —atendiendo la sugerencia de un amable dominicano— con Los hoyos del Salado, un cenote natural no muy espectacular pero atestado de público, sobre todo de buggys con jóvenes turistas de diferentes nacionalidades. Al lado, un Parque de aventuras, donde los dólares que pedían a la entrada excedían su presupuesto y su dignidad como viajero antisistema. No entró. Se escapó de la zona andando —al menos dos horas de trayecto hasta la carretera nacional— impulsado por lo mucho que rehuía aquel ambiente “turistón”, quizás mezquino. Pudo disfrutar, en los ratos que el trasiego de buggys lo permitía, de los campos verdes y de las haciendas de las orillas.

Cenote, los hoyos del Salado


Caravana de buggys, en el regreso de Los hoyos del Salado

Otro de los días, un taxi-moto lo acercó a las playas, distantes de su hotel unos cuatro o cinco kilómetros: playa del Cortecito y playa del Corralito. Aquí se encontraban ubicados gran número de resort (El Lopesan Costa Bávaro Resort y Barceló Bávaro Palace Resort, muy cercanos). Paseó por la orilla del océano entre multitud de “turistas de sol y playa”. Podría decir aquí, sin ningún tipo de reparo, que el ambiente le decepcionó bastante. Gran parte de la arena de la playa estaba cargada de algas muertas, que incluso desprendían mal olor. Un único tractor —a todas luces insuficiente para el volumen de desperdicios— trataba de limpiarlas en los varios kilómetros de playa. El área de arena frente a alguno de los resorts estaba más o menos limpio, pero el resto….


Algas en la playa del Cortecito

Para acceder a la parte pública de la playa del Cortecito, era necesario entrar por un angosto callejón entre pequeños locales comerciales, abarrotados de objetos de recuerdo, gran parte de ellos, baratijas chinas. Casi, casi para echarse uno a llorar.

¿Cómo puede el género humano generar tantas cosas innecesarias, tanta mierda?

Así, con esta sensación de hastío hacía el turismo de “sol y playa”, abandonó la República Dominicana.


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5 de septiembre de 2025

La Romana y Higüey / República Dominicana


Plaza central de La Romana

La siguiente parada fue La Romana, procedente de Samaná, aunque con un “transfer” de bus en la capital de Santo Domingo. Esta población recibió al viajero insatisfecho con una tromba de agua impresionante camino al hotel. Parado, junto al moto-taxista, bajo un cobertizo, aguantó más de una hora.

Había reservado el hotel con antelación, pero resultó estar muy alejado del centro de la población. Era pequeño, pobre de servicios y cutre, pero empobrecido aún más por la total falta de profesionalidad de los empleados. Lo abandonó al día siguiente temprano.

La población de La Romana en sí, no tenía ningún encanto. Un centro antiguo, sin ser característico colonial, de calles perpendiculares y manzanas simétricas. La fama de la ciudad, supuso, vendría de los alrededores: por sus playas, resorts, famosos visitantes y demás zarandajas turísticas. Para palpar el ambiente, ese día, después de encontrar un hotel más céntrico, cogió un minibús colectivo que le llevó a Bayahibe, otra pequeña población que se apreciaba turística. El pequeño puerto allí ubicado, estaba ocupado por botes y pequeños yates que se dedicaban al transporte de turistas a la pequeña isla Saona ¿Qué ofrecía este islote? Pues, arena, música y mucho alcohol para grupos organizados. Al menos, eso le dijeron los que trabajaban por allí, pues no lo comprobó: el ambiente tiraba un poco “pa’trás”.

Al día siguiente abandonó La Romana hacia Higüey. ¿Qué cosa interesante había en esta otra población? Le informaron que era un sitio muy visitado por su tradición religiosa, por la catedral y su clásica peregrinación. Sin dejarse impresionar por estos hechos, pero teniendo en cuenta que le quedaba de camino hacia su destino final, decidió hacer una parada.


Basílica Catedral de Nuestra Señora de Altagracia, en Higüey

La Basílica Catedral era sin duda el motivo de tanto turismo local. Una impresionante Basílica, casa de la Virgen de la Altagracia y, también, uno de los santuarios más visitados del Caribe. El origen de la devoción “altagraciana” era muy antiguo. El Papa Juan Pablo II, durante su visita al país, coronó personalmente, en enero de 1979, a la imagen con una diadema de plata sobredorada, regalo personal suyo. La advocación de la Virgen de Altagracia era muy popular, concurriendo a su santuario todos los años numerosos grupos que iban desde los más apartados confines de la isla a ofrendarle los votos y promesas.


Iglesia de San Dionisio

Muy cercana, estaba también la Iglesia de San Dionisio, que había funcionado como la catedral anterior, siendo además el primer santuario mariano del continente americano.

Con unos paseos por esta población, de aspecto moderno y con evidencias de progreso, finalizó su estancia.

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