
Consulto mi diario, de entonces, y leo dentro de mis breves apuntes una frase: “la recompensa es el camino”. Y de pronto, el recuerdo, como graciosa anécdota, de “la última Coca Cola” como llamaba mi guía a hurtadillas a la mujer que nos acoge en su cabaña el primero de los seis días que dura la expedición.
En mi casa aún destaca, entre varios objetos viajeros, el poporo que el kogi Valencio me regaló un amanecer en ese impresionante paraje, todavía a falta de una jornada de camino a la “Ciudad perdida”. El poporo, especie de calabaza hueca, es el “vicio indígena” -según reseña mi diario- que tiene sus orígenes tan lejanos como el propio pueblo, como la propia civilización tayrona, ya desaparecida. Unas conchas de molusco, recogidas cada año en las lejanas aguas del mar Caribe, posteriormente molidas, son colocadas dentro de este particular recipiente. Esa masa blanquecina, que luego mastican mezclada con hojas de coca, sirven al pueblo kogi -descendiente de los tayrona- y también a los arzario -similares en sus ropas a los primeros- de reconstituyente para aguantar las duras jornadas por las selváticas veredas de Sierra Nevada.
Momentos cumbres de la experiencia aventurera: ese constante “sube y baja” por valles y montañas que t

A modo de disculpa. Acabo de iniciar mi blog y cuento historias, a veces de antaño, pero pronto, pronto, escribiré desde algún país lejano.