¿Cómo contarlo para que no parezca todo tan encantador y de ensueño?.
Este viajero insatisfecho lo va a intentar.
No sé cómo el lector se imagina vivir cinco días en un barco (trayecto de Manaos a Belem) que, en realidad, es un “autobús-de-agua”, donde el espacio es realmente mínimo, casi un hueco de compromiso, adquirido éste después de haber abonado al patrón el importe del pasaje.
Este viajero-mequetrefe navegaba él solo como tal, el resto del pasaje era gente local de la zona, que ante la falta de carreteras utiliza este medio como único recurso. El día a día en un barco del Amazonas permite encontrarse con todo tipo de incomodidades, superadas eso sí con una alegría viajera que te desborda desde que amanece hasta que la hamaca recoge el cuerpo destrozado.
Y siendo sincero, este viajero tiene que reconocer que la hamaca, en sí, acoge un cuerpo harto de estar tumbado al sol. Pero aún así el sueño aparece con la tranquilidad del silencio (tuc-tuc-tuc,…tuc-tuc). Eso sí, roto en varias ocasiones por los niños que se despiertan llorando, por los no-tan-niños que, insomnes, juegan sus partidas de cartas que acompañan con el puñetazo en la mesa cuando el acaloramiento del juego así lo precisa, o por los que, al viajar sin hamaca, buscan una libre para utilizarla mientras puedan.
Y si el sueño, en este caso, no acoge al viajero-mochilero en su seno, tiene la oportunidad -sin pedirla- de escuchar las noticias en portugués (idioma que no domina) por la radio del vecino desvelado, sufrir los ronquidos por estribor y las toses a babor. Más que dormir en un barco que surca el Amazonas lo que se hace es permanecer en un duermevela, recibiendo golpes o empujones del que duerme al lado, inevitables al cambiar de postura en la vecina hamaca.
Si cuando el sol despunta en la lejana ribera, que se supone selvática, este viajero no hubiese conseguido pasar del duermevela, sabía que sus tumbadas al sol, a lo largo de todo un día, solucionarían ese mínimo contratiempo.
Y vuelta a empezar.
Copyright © By Blas F.Tomé 2007