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21 de mayo de 2025

De camino a Mahajanga / Madagascar


Baobab, en Mahajanga

Toda la nochevieja la pasó instalado en un minibús/matatu, camino de Mahajanga. Horas y horas en la absoluta oscuridad del interior, iluminados únicamente por los faros del vehículo. Circularon a buen ritmo por aquellas carreteras maltrechas. Cruzaron pequeñas poblaciones donde el sonido de la música, en algunos tenderetes a los lados de la carretera, anunciaba que era una noche especial. El vehículo paró unos treinta minutos poco antes de la medianoche y el viajero insatisfecho realizó el cambio de año tomando un cuenco de arroz blanco y cinco o seis brochetas que, con la escasa iluminación, semejaban ser carne, pero por el sabor más parecían vísceras.

Pisó tierra de la ciudad de Mahajanga ya avanzado el mediodía del primer día del año. No tenía hotel previsto, por lo que se encomendó al supuesto buen hacer de un rickshaw motorizado. ¡Un desastre! Le llevó a hoteles caros, aunque le había pedido lo contrario, e intentó cobrar al final una fortuna. Se vio obligado a ponerse duro con aquel personaje y no satisfacer sus peticiones. Al final, todo se resolvió con un cabreo superlativo del motorista/rickshaw.

¡Que le den, por estafador!

Para el mochilero, Mahajanga era una ciudad conocida, pero el paso de los años la había convertido, otra vez, en desconocida. No recordaba gran cosa y le parecía un nuevo hallazgo. El gran baobab, a orillas del mar, era la única imagen recurrente que tenía de la población. Allí, a redescubrirlo, se fue el primer día, y encontró al voluminoso árbol igual que su mente recordaba (21,70 metros de circunferencia). Luego se acercaría por la zona en otras ocasiones, pues por los alrededores vendían unos cocos fríos que le refrescaban del intenso calor.

En los bajos del hotel Central, donde se hospedó a partir de la segunda noche, había un restaurante de una calidad aceptable que daba a la calle. Muchos personajes, en apariencia marineros jubilados franceses, pasaban la mañana en aquel local, en interminables charlas delante de un café. Parecían conocerse todos: todos se saludaban.


Cirque rouge, en los alrededores de Mahajanga

Ducha natural, en la inmediaciones de la playa Cirque rouge

Vagueó bastante por sus calles y visitó el puerto, uno de los más grandes del país, y de donde Bruno, protagonista del libro, En busca de “otra” Marlene Dietrich, había partido en aquel barco de carga hacia el continente negro, en concreto, hacía Beira, Mozambique. Otro de los días, alquiló un rickshaw motorizado para acercarse al Cirque Rouge —a unos veinte kilómetros (insufribles)—, un terreno compuesto por una variedad de suelos de diferentes colores, desde el púrpura puro hasta el blanco claro, que formaban un enorme anfiteatro. Aquellas formaciones arcillosas multicolor, gracias a la imaginación, reinstalaban a su mente en películas futuristas hollywoodenses.

Ojeó, además, la extensísima playa cercana y solitaria, y regresó satisfecho a Mahajanga.


Campos de arroz, camino de Mahajanga


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10 de mayo de 2025

Trayecto de regreso a Antananarivo

En la playa de Mohambo, dedicado al coco

Para continuar su recorrido hacía el noroeste de Madagascar, desde el este, donde se encontraba (isla de Sainte Marie), debería regresar a Antananarivo, desandando —en medios de transporte, claro— el camino de ida. Un regreso por escalas, pues el trayecto era largo y las carreteras muy, muy deficientes.

Lo primero, para salir de la isla, era tomar el barco de regreso a Mohambo, donde pretendía dormir una noche. Arribó a esta pequeña población playera a media mañana y pasaría ese día deambulando por la playa, y matando el tiempo a base de agua de coco, cerveza y chupitos de ron local, con diferentes sabores (banana, tamarindo,….). Al día siguiente tomaría un matatu/minibús que le llevaría a Tamatave (aquí descansaría unas horas), y continuaría camino hacia Antananarivo. A esta capital del país, llegaría a primeras horas de otro nuevo día. Verdaderas jornadas viajeras, con muchas horas sentado en matatus, a veces insufribles. Llevaba ya más de un mes por estas tierras y los constantes viajes hacían mella en sus cansados huesos, pero… ¡adelante!

De nuevo, tuvo problemas para abandonar Antananarivo hacía el noroeste del país, debido a las fechas vacacionales malgaches. En concreto, pretendía dirigirse a Mahajanga, para iniciar un recorrido por lugares y poblaciones ya conocidos en su primera visita —y la única— al país, aunque de ello hacía ya muchos años.


Lago Anosy, en Antananarivo

Durmió dos noches en Antananarivo y durante el día intermedio se dedicó a recorrer barrios y calles populosas, a cambiar dinero (euros-ariary) y dar un paseo por la orilla del lago Anosy, ubicado en el centro de la ciudad. Ya lo había divisado desde lo alto del palacio de la Reina / Rova, los primeros días, cuando había llegado al país y, ahora, lo bordearía andando al completo. No pudo visitar el monumento central del lago, al que se accedía por un estrecho paseo, por encontrarse cerrado. No importaba. Observar a los paseantes, en un recorrido —allí sí, tranquilo—, fue uno de sus sencillos placeres. Muchos —demasiados— personajes en aparente abandono social (recogían basura, lavaban sus pocas pertenencias en el sucio lago,…) deambulando también por las inmediaciones hacían que el viajero insatisfecho se mantuviera siempre alerta, aunque estaba en una zona transitada por lo que se minimizaba el peligro. Además, ya iba conociendo la bondad de los malgaches, aun teniendo alguno de ellos un aspecto poco atractivo o más bien sospechoso.

Saldría hacía Mahajanga el 31 de diciembre, a media tarde.


Original adorno/jardinera, a orillas del lago Anosy


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