21 de febrero de 2015

El templo de las mujeres

-Niña, a la entrada del Banteay Srei-

Visitar Camboya, transitar por los templos de Angkor y quedarse alucinado, cree este viajero insatisfecho, era todo uno. No va a referirse a cada uno de los templos pues son muchos, no los visitó todos y, encima, el mundo-mundial al completo habla de ellos. Algún día se animará y publicará algunas fotos que, según cree, será la única aportación personal que podrá añadir a un tema tan manido, tan explotado como son los templos. Aunque, sin duda, uno de los motivos por los que quería aterrizar en este país era para dejarse impresionar por ellos.
Y el país no le decepcionó.
Pero se quiere referir en especial a uno de ellos, uno de los más reconocido y alabado por turistas, viajeros y expertos.
Era el templo Banteay Srei, cacareado y propagado a los cuatro vientos por los conductores de ‘tuc-tuc’ y moteros como el ‘templo de las mujeres’. ‘Tienes que ir’, decían, y eso que era uno de los que estaban algo apartados del centro neurálgico que era, y lo será siempre, Angkor Wat. Este mochilero cree que, de esta manera, ellos, hábiles, podían hacer una negociación en el precio del trayecto más ventajosa, o fuera, quizás, porque era el más querido de los camboyanos. El trayecto, hecho sin prisas, servía para conocer un poco la vida rural camboyana, sus paisajes y sus auténticos hogares. En uno de los poblados que se atravesaban, dedicaban sus esfuerzos al azucar de palma que cocinaban y vendían al borde de la carretera. ¡Buenísimos dulces!.
Pero, al margen de todo esto, de ser un templo dedicado a Shiva, de ser construido con una piedra de arenisca rojiza y por mujeres a finales del siglo X, tenía una particularidad turística: en las inmediaciones, se había diseñado un verdadero complejo recreativo con tiendas -por supuesto-, restaurantes, centro de exposiciones y baños públicos de gran calidad.
Considerado Banteay Srei la obra maestra dentro del arte clásico jemer, era uno de los más pequeños pero con gran calidad de relieves narrativos que ilustraban variedad de leyendas sagradas.
Una pequeña muestra fotográfica:
-Vista lateral-

-Entrada principal-

-Detalle-

-Detalle-


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7 de febrero de 2015

El tren bambú, cerca de Battambang

 -Vía del tren bambú-

Cada vez que el viajero insatisfecho recuerda la hazaña, dice: ¡qué cosas hace uno cuando holgazanea en un viaje!. Pues, aún así, aún sorprendiéndose a sí mismo, la experiencia del tren bambú, en Battambang (Camboya), no dejaba de ser interesante.
Era un transporte ilegal o al menos no oficialmente autorizado. Ahora mismo, casi supeditado su éxito al folclore turístico y mochilero.
Pero el tren bambú tiene su historia. Partiendo de una línea ferroviaria que sirvió a los franceses, en su época colonial, para transportar el café, arroz, bananas y el resto de productos básicos desde las zonas rurales a Phnom Penh, ha derivado en lo que ahora existe: un simpático subproducto del tren.
En la época de Pol Pot, toda la infraestructura ferroviaria (máquinas, vagones, e incluso algunas vías) fueron destruidas. Tras la caída de Pol Pot, con las gentes en la más absoluta pobreza y toda aquella zona sembrada de campos de minas, los camboyanos se inventaron este sistema de transporte que sorteaba, de alguna manera, el peligro de las terribles minas. La línea férrea de Battambang-Phnom Penh estaba casi intacta y la capacidad imaginativa del camboyano no había sido destruida. Unidos ambos factores se puso en marcha un sistema casero para transporte de pasajeros y mercancías, utilizando los ejes y ruedas de los vagones destruidos y poniendo sobre ellas unas plataformas de bambú, tal y como existe hoy día. Todo ello, impulsado por un motor reciclado de otro vehículo móvil.

-Parados, esperando a que llegue el otro tren bambú-

Yendo cómodamente sentado en la plataforma y viendo el mecanismo del tren bambú se apreciaba realmente ese alarde imaginativo del camboyano, digno de mencionar. Como sólo existía una vía, cuando se cruzaban dos de estos artefactos primitivos, ambos maquinistas paraban uno frente al otro y, literalmente, desarmaban uno de los convoyes para que el otro pueda pasar. Colaboraban ambos operarios en el desarme y posterior armado del tren. Los turistas, con cara de sorprendidos, no ponían en marcha su brazo colaborador (¡vagos!). Pero así era la relación del viajero con el camboyano.
Así era la vida del camboyano.
Cuando el tren alcanzaba el máximo de velocidad (unos 50 km/h), y traqueteaba sin piedad, daban ganas de gritar: ¡A por los corruptos!.
Ahora, cuando estuvo allí este leonés, a los viajero-turistas les proponían un recorrido de 5 dólares, ida y vuelta a la primera estación, donde aguardaban, como no, los tenderetes de productos locales y bebidas. Tras un breve descanso, se iniciaba el camino de vuelta. Se atravesaban campos de arroz y paisajes hasta cierto punto, agrestes, llenos de vegetación y matojos. Durante el trayecto, si mal no recuerda, tuvieron que descender del artilugio unas 5 veces para dejar paso a los que venían en ruta contraria.
Muy divertido.

-Desmontando el tren bambú (1)-

-Desmontando el tren bambú (2)-

A la ida, iban tres en el convoy (cuatro, con el conductor); a la vuelta, se unió un veterano lugareño que regresaba a su casa después de una más que posible dura jornada.
En tono de broma, a este mochilero le propusieron hacer el recorrido completo a Phnom Penh (unos 350 kilómetos), dos días y dos noches hasta llegar al destino. Durante el trayecto nocturno -dijeron- dormiría cómodamente en la plataforma de bambú.
¡Qué simpáticos!.
¿Turistada?. Sin duda, pero también una manera de colaborar con alguna economía poco boyante en la zona.

-Lugareño camboyano, a la vuelta del recorrido-

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