29 de junio de 2013

El jabalí verrugoso

No había muchos animales ‘avistables’ en el Parque Nacional Mole, a pesar de que era el santuario salvaje más grande del norte de Ghana y, también, el más internacionalmente conocido. Al menos no tuvo suerte, y eso que paseó a pie durante toda una calurosa mañana con un guía -rifle en ristre- y otros curiosos por varias zonas del parque. Eso sí, pudo divisar elefantes, que retozaban tranquilamente en una charca, gacelas y algún que otro jabalí verrugoso.
El viajero insatisfecho conoce animales más hermosos que el jabalí verrugoso africano, pero ninguno tan osado. Su valor es difícil de calibrar. Su color ceniciento le convierte en un descuidado y sucio campesino de las praderas, en un intransigente y ácido labrador de la tierra. Es el defensor, poco agraciado pero muy garboso, de la familia, la casa y el territorio, y luchará contra todo aquel, sin importarle el tamaño, que se atreva a molestar o interferir en su satisfecha y horadadora existencia. Hasta su armamento es de villanos: colmillos curvos, feos pero letales, que emplea de manera tosca tanto para hozar como para la batalla. Su piel es del color del polvo, recia y revestida de ásperas cerdas. Tiene los ojos pequeños, hundidos, legañosos y sin gracia; solo son capaces del recelo y resentimiento.
Desconfiado al límite, sospecha de todo lo que se mueve y si le sorprende, ataca. No duda en su estrategia, si es que la tiene, siendo muy peligroso al emerger de su escondrijo pues utiliza el factor sorpresa.
No le falta astucia. Se mete de culo en su pequeña y acogedora guarida, prestada o requisada la mayoría de las veces, para que no lo pillen nunca por sorpresa. Con su hocico apila tierra en la parte interior del agujero. Esta tierra sirve como pantalla de polvo que se dispersa como un nubarrón envolvente en el momento en que el jabalí se abalanza al ataque.
Esta es la literatura de su fisonomía y estilo de vida, pero observar a aquel paciente jabalí verrugoso en el Parque Nacional Mole no era nada más que motivo de cautelosa alegría. Sin gracia, eso sí.
No piense el lector que era fácil llegar al Parque Nacional. Para un mochilero en África nada es fácil, todo lo contrario, trabajoso y, en ocasiones, temerario. Había que tomar un destartalado autobús en la ciudad de Tamale que no transitaba, sino unos pocos kilómetros, por carretera medianamente asfaltada. El resto era un camino de tierra -algo parecido a la zahorra natural- lleno de promontorios y baches, nada ideal para el mochilero cargado siempre de dolores de columna y espalda. El ‘buseto’, que debía llegar hasta la entrada del parque en la oscura noche, podía perfectamente dejar tirado al curioso, como así ocurrió, en el pueblo de Larabanga, a varios kilómetros del destino y con escasos alojamientos nocturnos.
Al día siguiente, el dinero, la necesidad del ‘business’ de jóvenes locales moteros/buscavidas y el orgullo por conseguir la meta harían el resto para ver cumplido el deseo de visitar el Parque Nacional.

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18 de junio de 2013

El poder del cuenta-historias

Es realmente incómodo, angustioso y, quizás, agobiante para el viajero insatisfecho -y como a él, supone, al resto de los bloggers que cuentan andanzas, recorridos o viajes- ser un selector de historias, contar únicamente las aventuras y detalles que cree convenientes, a través de su subjetivo pensamiento. ¿Por qué selecciona unos detalles y descarta otros?, o ¿por qué a unos les da una apreciación y a otros la contraria?. Y se pregunta, a veces, si es consciente de este hecho o si hace esta selección porque es un atrevido o un insensato.
Hasta este momento, de su viaje por Benín, ha optado por una serie de momentos y estaciones aunque ha prescindido de otros. Desde este mínimo hecho, es constructor y manipulador del conocimiento que se pueda tener de un determinado país, aunque para evitarlo estará la habilidad del lector que mantendrá la posibilidad de leer otras cosas y, en base a ellas, se construirá un criterio personal, más objetivo que el del propio viajero.
Pero también se siente [dentro de su insatisfacción] satisfecho porque ello puede ayudar a que otros conozcan realidades diferentes y les induzca a indagar más sobre una determinada cuestión o pequeño lugar. Los enlaces que suele colocar en sus textos pueden ayudar a ello.
Y porque cree que a veces “las imágenes valen más que mil palabras” [frase sobada y manida], aunque no siempre o casi nunca lo lleve a cabo, va a ilustrar con varias fotografías la realidad del poblado lacustre de Ganvié, en el lago Nokoué, al margen de su peculiaridad histórica. La vida diaria de este bonito poblado, genuíno, trabajador, pobre y, en cierto modo, abandonado.

Niños pescando en el lago, cerca de Ganvié


Mujer de Ganvié camino del mercado flotante

Recogiendo agua potable, en piraguas cargadas de recipientes

Niños a la puerta de su casa

Bulliciosa celebración de una boda

En los alrededores de Ganvié
La mochila azul, ante la calle principal de Ganvié
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8 de junio de 2013

Los yugos en África


A este viajero insatisfecho le gusta viajar a África sin comodidad alguna, al menos no muchas, y disfrutar sin las ataduras que le incomoden o le dirijan. África de por sí es un terreno indirigible y moviéndose a su compás se hace uno más africano. Con la traba de la compañía, el grupo o el vehículo, quizás, este solitario mochilero sentiría coartada su libertad. La compañía, el grupo o el vehículo propio no son africanos, no van con el espíritu africano.
Y piensa en el viaje a Mozambique, en las reincidentes averías de los transportes públicos y las vivencias dentro de cada uno de los medios elegidos. Sin duda alquilar un vehículo permitiría ahorrar tiempo y visitar más cosas, daría una comodidad durante el trayecto. Generaría el inconveniente de la propia seguridad para salir airoso de complicadas situaciones que devienen de la convivencia real con el personaje local. Viajando en grupo obviaría el trato con personas que identifican al blanco como diferente aún viéndole sufrir como ellos, por ejemplo, en el engorro de una avería en bus.
A mitad del trayecto entre Beira y Quelimane, ciudades de Mozambique, el autobús pinchó. Durante el trasiego inevitable del cambio de ruedas, le dio tiempo a pasear unos cientos de metros por los alrededores. Solitario, mirón, curioso y precavido para no alejarse mucho de la avería. A un lado de la carretera, un niño con un fardo de leña seca en la cabeza le miraba, también precavido para evitar cerca al extraño blanco que le inquietaba. Al avanzar hacia él, cuando creyó que la distancia era corta y poco razonable huyó precipitadamente hacia las chozas cercanas. Lentamente, para no levantar injustificados miedos, le siguió hasta ellas. Allí, la madre alertada le recibió expectante.
- ¿Una foto?, le salió al mochilero en tono suave.
Al iniciar el gesto, otras mujeres sonrientes abandonaron sus chozas para unirse en grupo. Posaron con naturalidad, vieron su imagen en la pantalla de la cámara y despidieron al curioso con sencillez y agradables sonrisas.


Para sentir África, hay que acudir a este vasto territorio con mentalidad de sencillas vivencias, no con perspectivas de provechosa visita cultural. Uno puede llegar a Mozambique a mamar la herencia portuguesa o a Ghana a desentrañar el escarnio de la esclavitud pero lo debe de hacer sin el confort europeo. Con este yugo, el visitante no estará en África, solo paseará por Mozambique o Ghana para tirar fotos, protegido por el parapeto del mundo occidental del que no acaba de desprenderse.
¿Cuándo se quitará el yugo o apartará el parapeto? Cuando sepa sufrir la sufrida vida africana y ver en ella un motivo de movimiento y no de parálisis.


Copyright © By Blas F.Tomé 2013