23 de diciembre de 2011

Los viajes no son lo que eran

© Aventuras de Tiburcio y Cogollo, por Trapiello
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Los viajes no son lo que eran”. Esta frase ha pasado muchas veces por la mente del viajero insatisfecho. Aunque pareciera una remembranza tierna y melancólica de un momento que este mochilero no conoció, no hay duda de que, antes, el viajero en general se enfrentaba a civilizaciones, pueblos, regiones o individuos opuestos a su mundo cotidiano que evocaban exotismo por sus extrañas y ajenas cualidades. Piénsese en los primeros exploradores de tierras africanas: abordaban un mundo extraño, hostil, diferente y dañino.
Ahora, la búsqueda de lo exótico o de lo desconocido tiene que ser interior, debe ser razonada en las entrañas, mezclada, eso sí, con los pequeños retazos de cierta antigüedad que vayan apareciendo en el camino.
El fósil aquel, visto; el tatuaje aquel, grabado a fuego en el cuerpo de aquel, en apariencia, aborigen; el movimiento hace mucho observado, o el monolito desconocido son imprescindibles para hacer sentir al viajero, viajero, y constituyen su galería de objetos e imágenes que podrían ser la ‘negra-habitación’ de las vanas aspiraciones por enfrentarse a pueblos antiguos o civilizaciones ancestrales.
El viajero de hoy debe conformarse con pisar terrenos únicamente que él no había pisado, con vivir situaciones imprevistas y congratularse de descubrir y tocar lo que otros ya le han enseñado mediante imágenes (léase, los documentales), palabras o, quizás, cuentos inventados.
No importa.
A este leonés, le gustan las casuchas de chatarra desvencijadas que nadie mira, los tranvías rojos y oxidados, los bares de madera con balaustrada de latón y las calles silenciosas azotadas por un viento sobrecogedor. Y así, no son necesarios ni los brotes de historia, ni las catedrales del siglo XVI, ni las civilizaciones babilónicas, y mucho menos la búsqueda permanente de lo terrenal exótico.


Copyright © By Blas F.Tomé 2011

3 comentarios:

  1. Ni los viajes ni ninguna otra cosa son lo que eran, te dice la cínica que me he puesto de vestido ahora.
    A ella, cuando dice cosas así, le suelen contestar que ese pensamiento es cosa de la edad, lo mismo que el hecho de que los días siempre han tenido 24 horas y los de ahora parecen más cortos que los de antes.
    Sin embargo, más que por ese lado, me ocuparé de 'repensar' con ese dibujo de tus ansiados Tiburcio y Cogollo, parecidos a algunos otros que también andan anclados en mi memoria, los diferentes caminos que toman las almas a la hora de repintar en sus adentros los paisajes imaginarios. Nunca en la mía asentó el deseo de pisar tierras que nadie hubiera pisado, por ejemplo.
    Comparto tu gusto por la chatarra, amigo (que remedio me queda, chatarra soy)
    Y no me callo el decir que me disgusta que te me escondas cuando sacas de paseo al poeta que te habita.
    Preciosa entrada ¡¡¡Guapo!!!

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  2. Ni nosotros somos lo que éramos...
    Pues a mí me siguen gustando las iglesias barrocas,las pinturas, las estatuas...el mar y todas las aguas vivas, los glaciares de verdad, los árboles gigantescos...la gente sin disfraz.
    Y,no, para nada,la cutreria y la impostura, que sin embargo, soporto con estoicismo.
    Bello tu escrito.

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  3. Pues lamentablemente ya no.
    Cada vez cuesta más encontrar lugares auténticos. Lo que me sorprende ingratamente, es bastante la gente joven , milenians de esos, o veinte-treintañeros viajando a Paris, Roma, Amsterdam o Punta Cana. Destinos de sillas de ruedas que digo yo. A esa edad es para ver chatarra, mugre y dormir al raso bajo un cocotero de Pemba. En fín...
    No creo que vuelvan ya las oscuras golondrinas del balcón sus nidos a colgar,ni esos viajes que harían antes muchos viajeros con su arca en mano y sombrero que adquirían si billete en la quinta planta del corte inglés, y una vez allí Dios dirá...

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