23 de noviembre de 2010

La inocencia no admite maquiavélicos trucos

Un buen observador captará en la fotografía dos puntos de atención de los niños (de frente y a la derecha).
Por algo sería.
La inocencia no admite maquiavélicos trucos.
Dos mochileros -un danés y el viajero insatisfecho- alegraron la salida escolar de unos niños en el barrio pesquero, es decir, pobre (aunque de niños, en apariencia, saludables), de Elmina, una antigua y bella ciudad ghanesa a orillas del Atlántico. Situada ella [la ciudad] alrededor de un castillo y un fuerte (en inglés, castle y fort, ¿habrá alguna diferencia?), miraba con inmateriales y gigantescos ojos el océano que se extendía al frente.
El edificio de la escuela, enclavado en una pequeña loma, fue por momentos el lugar de descanso de ambos viajeros, a quienes sorprendió el griterío infantil preparado a la salida. El simpático jolgorio se incrementó al intentar fotografiarles.
La alegre sonrisa de los niños contrastaba con el agrio carácter de los pescadores al lado de sus barcas, en el cercano puerto, cerrados -cuasi herméticos- a aceptar cualquier instantánea intentada por estos particulares intrusos.


Copyright © By Blas F.Tomé 2010

16 de noviembre de 2010

El vigilante de la caverna

Este hombre (ver fotografía) estaba a la entrada de una cueva natural que la naturaleza había diseñado en una de las islas Phi Phi (Tailandia). Un detalle más que convertía este lugar en -dijo una amiga- ‘paraíso terrenal’. A este viajero insatisfecho le pareció que sacaba la foto de un conjunto desordenado y deslavazado pero, luego, al observar la fotografía detenidamente y ampliar su zoom-mental al interior de la cueva, nada más equivocado que la palabra ‘desorden’. Todo colgaba, o reposaba, con una precisión oriental. La hamaca, la almohada, el farol, la terraza o muelle artesano de madera,..., y, en el interior, las escalas de bambú que ascendían con precisión a los altos techos de la caverna, donde los pájaros construían sus oscuros nidos, y donde algunas gentes locales se jugaban el tipo llegando hasta ellos.
Una precisión que rompía las leyes de la naturaleza pero que, a la vez, se amarraba a ellas.En su interior, el olor recordaba al guano-quechua de Perú, a las cuevas de Ajanta en India o al viejo orín en tierra emponzoñada de humedad. En el exterior, la belleza era de roca y verde contorno; de mar y azul celeste; de brisa marina, sol y arena.
Era el paraíso terrenal de las islas Phi Phi.

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8 de noviembre de 2010

Nunca bebió una cerveza mala

Siempre fue difícil visitar un país, salir sin haber aprendido algo y criticar su cerveza. Si el viajero insatisfecho fuera un empedernido bebedor de vino saldría de esos lejanos territorios asegurando que ‘el mejor es el español’.
No es el caso.
Odia el vino aunque se abstiene de criticarlo.
Adora la cerveza y disfruta bebiéndola en cualquier recóndito lugar del Globo. La tanzana ‘beer’ tenía un sabor 'pelín-amargo'; la cerveza vietnamita era más ‘afrutada’; la costarricense se adueñaba del paladar y rechinaba su sabor; la de Malawi no generaba mucha espuma; en Sudáfrica se bebía una que era más alemana,….
¡Mentira!.
¡Todo es una absoluta mentira!. Son una delicia todas.
Es más, ¡venera esos 625 mililitros de las botellas africanas, o tropicales!.
Nunca bebió una cerveza mala ni que tuviera siquiera algo de envidia a nuestra ‘Mahou’ de toda la vida.
¿Tomamos una?.

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Cerveza de Ghana
Cerveza de Costa Rica
Cerveza de Gambia
Cerveza de Mozambique
Cerveza de Perú

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1 de noviembre de 2010

¡Éste es mi barquero!


Cruzar el río Volta (Ghana) por su desembocadura fue un acto visual, placentero e imbuido de cierta aventura. El ferry que atravesaba los lagos y marismas que se formaban antes de que el río sea abrazado por el mar no funcionaba todos los días. ¿Por qué?. Que se lo pregunten al más que previsible déspota africano que tenía concedida la licencia.

Si la tenía.
Mejor para el mochilero que tuvo así la oportunidad de contratar una lancha para él solo, a buen precio después de un breve regateo. El barquero era poliomielítico, bastante extremo en su debilidad muscular y parálisis. No tenía movilidad en ambas piernas. En cuanto el viajero insatisfecho le vio (primero regateó con un familiar) se dijo: “¡Éste es mi barquero!”. Y dejó de regatear.
Aquél área del río desprendía una nunca excesiva tranquilidad; poquísimo tránsito fluvial e inmejorable temperatura ambiente matinal. En algunos sitios -no olvidéis que navegaba por el río- el mar estaba detrás de un único bancal de arena que conformaba sendas playas a ambos lados.
- Detrás de esas palmeras, está ya el mar –dijo el barquero.
Tranquilidad, tranquilidad.
Para ser un viajero sin prisas era muy temprano, y en la espera del ferry, que nunca llegó ese día, sacó esta -para él- bella fotografía de una niña madrugadora.


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