25 de septiembre de 2009

Desde Huayna Picchu (y viceversa)

¿Quién ha estado en Machu Picchu y no ha ascendido al Huayna Picchu?. [Poseen estos nombres tan raros para los occidentales europeos porque mantienen su origen ‘quechua’. Y es de agradecer].
El Huayna Picchu es la montaña que aparece al fondo en la mayoría de las fotografías de este impresionante enclave. La montaña (dice Wikipedia -y un letrero en su parte alta, también- que tiene 2.667 metros sobre el nivel del mar. ¡¡Pues no es pa’tanto!!) se puede ascender, cómo no, previo pago de un ticket de entrada. Su ascensión es dura, aunque escalonada para inexpertos. Pero al llegar a la cima, y contabilizar 50 minutos de ascensión, al viajero insatisfecho se le hinchó una vez el pecho de satisfacción (¿contradicción?), y muchas veces más, no por la subida de autoestima sino por la falta de aire, que costaba respirar, al ser empedernido fumador (Ya lo ha dejado).
Desde allí, se divisa Machu Picchu como si fuera ‘a vista de pájaro’. Se ven sus formas geométricas, sus delicadas aristas y, aunque palidece su belleza, aparecen sus diferentes tonos de verdor, más suaves y cuidados que los de su alrededor. Desde allí, desde aquella milenaria atalaya, se muestra al visitante el territorio del emperador inca Pachacutec en toda su privilegiada altivez, se ve y se disfruta toda la magia de este inmortal lugar.


Copyright © By Blas F.Tomé 2009

21 de septiembre de 2009

No, no. Con fan

  • He dormido (es un decir) con el ventilador del techo a tope, calculando que ningún mosquito sería capaz de trabajar bajo su corriente, pero preocupado por la posibilidad de que se saliera de su eje y aterrizara dando vueltas sobre mi cuerpo desnudo”, escribía hace unos días Juan José Millás en un artículo-reportaje sobre Cachemira, problemática zona del norte de la India.

Y este viajero insatisfecho se identificó tanto con esa simplona situación que recordó al instante sus experiencias en habitaciones sucias y maltrechas, de luz tenue, insuficiente para leer y ventilador amenazante en el techo, por las que pasó a lo largo de sus viajes por la India o Tailandia, u otros.
¿Quiere la habitación con ‘aire acondicionado’?, preguntaba el muchacho de la recepción. No, no. Con fan (ventilador, en inglés), era la contestación. No sabe, ahora, si era masoquismo, puro misticismo leonés, ganas de imprimir dureza a su experiencia, deseos de enfrentamiento con lo imprevisto o estupidez juvenil (esto último no puede ser, pues continúa haciéndolo y, ahora, ya no podría calificarse de juvenil). El caso es que así se planteaba cada estancia nocturna en aquellos humildes hoteles donde, incluso, podría haber dormido cómodamente.
En otros peores, ni siquiera había esa posibilidad. No, no. Con fan. Sus giros rápidos, con sospechosos balanceos y su persistente ruido chirriante y molesto le convertían, aún más, en ventilador asesino. Pero el sueño le sobrevenía al viajero lentamente y se sobreponía a la inevitable y constante preocupación: el último y tal vez letal giro del aquel artilugio colgado del desconchado techo.

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15 de septiembre de 2009

Las redes chinas en la India

La ascendencia leonesa de este viajero insatisfecho le ha hecho observar atónito y perplejo cosas normales para cualquier -también- normal viajero. Pasar toda una mañana (¡entera!) como mirón de uno de los más ancestrales trabajos en la India, viene originado por su nacimiento en las tierras interiores de la España más profunda.
Las célebres redes chinas son una de las imágenes más típicas de Cochin, en el estado de Kerala, y la actividad, que se desarrolla alrededor de ellas, es la que observó este bobalicón y reposado viajero una mañana más, de las muchas que ya había pasado en tierras hindúes. Dice la historia que fueron introducidas por comerciantes de Kublai Khan, soberano del gran imperio mongol. Se trata de grandes redes de pesca fijadas en unas estructuras de madera que se utilizan durante la pleamar. Son sumergidas en las aguas salobres y poco profundas para capturar los pequeños peces que llegan hasta allí.
¡Pero qué laborioso y relajado a la vez es este trabajo!. A criterio de su dueño indio, se suben y bajan las redes de captura. Para elevarlas, utilizan -como contrapesos- piedras atadas a diferentes alturas dependiendo del peso a soportar y ángulo tomado por la red. ¡También, complicado y sencillo a la vez!.
Con esta fotografía -por aquello de que una imagen vale más que mil palabras- la explicación le sobrará al lector empeñado en conocer su funcionamiento.
Muchas otras cosas había que ver en la ciudad, y el mochilero las vio: el antiguo cementerio holandés, la iglesia de San Francisco (primera iglesia cristina de la India), la Sinagoga judía, el ‘viejo Cochin’,….
No pudo más.

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9 de septiembre de 2009

Borrico, ¿y el inglés?

¿Y el inglés?. ¿No es un problema para los viajeros nacidos en época franquista, con pocas posibilidades de aprendizaje y lengua denostada?.
En sus viajes, de anécdotas con el idioma: miles.
De padecimientos con el barato parlar spanglish: miles.
De razonamientos fallidos por culpa del lenguaje de ‘shakespeare’: cientos de miles.
Es una parte más dentro del trayecto, y un inconveniente, y un sentirte culpable. “Borrico, ¿por qué no aprovechaste este invierno para mejorar el idioma?”.
Hoy -pensó aquel día- este viajero insatisfecho se va a dejar de zarandajas. Se va a comer un jugoso filete de vaca o ternera. En la carta (menú) aparecía la solución a su sueño estomacal, a sus apetencias culinarias, a sus momentos de malcomer.
- Esto -le dice al atento camarero señalando con el dedo índice uno de los platos de la carta.
Baked scallops”.
¿Quién no lee aquí unos ricos y sabrosos ‘escalopes horneados’ o ‘escalopes al horno’?.
Pues, no.
Va a ser que no.
Vieiras.

[Pero se las comió con ganas].

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3 de septiembre de 2009

El Nilo, sosiego, mansedumbre y calma

    












El Nilo es la columna vertebral, la arteria principal, el bíceps musculoso que amplifica la potencia de un Egipto que vive aún de la historia, de su civilización pasada y su legado heredado. La rivera de este histórico río es un manto de espesos matorrales de arbustos acuáticos y palmeras. Su verdor de matojos y, otra vez, palmeras contrasta con las montañas de arenisca caliza que el viajero insatisfecho ve cercanas desde el centro de cauce. Sus orillas desprenden suavidad, sosiego, mansedumbre y calma (¿alguien da más?). Y destilan -también- vida islámica, con el sonido del ‘mohecín’, que se oye intermitente, llamando a la oración desde el minarete de cualquier mezquita lejana e invisible, tal vez, diminuta como diminuta la aldea donde aquella se yergue, fanática y altiva. En sus zonas pantanosas crecen flores de loto y de papiro, plantas ambas de altos vuelos faraónicos. Representaban simbólicamente el alto y bajo Egipto.
Se cultiva -como antiguo- el lino, base artesanal para ciertos elementos ornamentales y vestidos. Actualmente, el lino egipcio esta -dicen- entre los más solicitados. También el algodón, que se introdujo en el periodo ptolemaico. Y se ven plantas con flores como la amapola, los narcisos y malvarrosas, y plantas cultivadas como los guisantes, garbanzos, pepino, lechuga, el apio y la cebada. El Nilo lo riega todo y amamanta. Su potencia arrolladora, domeñada por la presa de Assuan, explota con su savia de cultivos.El egipcio es agradecido con su río pero ¿lo cuida?.
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