11 de mayo de 2007

Cuento un cuento

El viajero insatisfecho se sentaba todos los días en la misma esquina del mismo bar de siempre, con su vaso de cerveza, desconsuelo en los ojos, y en la cara, un raro mohín. No es que estuviera serio, o malhumorado, o lo hiciera por mala educación. Simplemente era así.
Se mostraba dispuesto a contar a cualquiera su vida errante (sin que nada ni nadie le apartase sus delgados dedos de su preciado cristal) y a escuchar otras aventuras -lo hacía con gusto y placer- pero no a someterse a la curiosidad de cualquier persona que se le acercara. Sus amigos le podían preguntar por qué no se cambiaba de sitio, por qué había llegado tan temprano, por qué tenía ahora esa determinada mueca, pero nunca querían saber nada de sus viajes, y no porque no tuvieran interés sino porque le conocían y sabían que de nada serviría hacer un interrogatorio. Lo habían intentado pero siempre recibían el mismo silencio y el mismo raro mohín.
Nadie entendía cómo el viajero insatisfecho, después de recorrer tantos lugares, durante sus intervalos de descanso, que eran muy prolongados, podía tener los hábitos tan estáticos que entraban en oposición con su capacidad para iniciar con cualquier disculpa un nuevo periplo.
Los clientes se renovaban, entraban unos, salían otros, pero él se mantenía siempre en el mismo sitio y a veces parecía, por su cara, añorar la última vez que visitó algún lejano país. No tenía espectadores pero todos simulaban serlo cuando, sin amigos a la vista, mantenía su mente perdida.
Al principio, sentía recelos de todos los que le cruzaban al abandonar tímidamente el local, aunque algunos se atrevían a mirarle, siempre ocultos tras unas gafas de sol o simulando colocarse la gorra y así orientar la mirada. Pasado un periodo, las primeras semanas, el viajero sentía no sólo sus recelos, sino el bisbiseo de la gente a su alrededor.
Con el paso de los días, todo iba in crescendo.
Después de algunos meses, se transformaron ya en murmuraciones, a veces, incluso en tono alto, que le llenaban de asco. Los últimos días, antes de partir otra vez a su nuevo destino, oía claramente los gritos de ¡fuera!, ¡fuera!, dichos por los clientes que le miraban. Cuando ya se despedía, con su mochila preparada para el día siguiente en un rincón del salón de casa, algunos de los que allí estaban intentaron agredirle con sendos bastones. Los más agresivos: los habituales viejos del lugar.
Se fue.
Inició una nueva huída.
Y vuelta a empezar.

6 comentarios:

  1. Una vez usted mismo se grito:
    "EGOCENTRICO"
    Tal vez acertó y eso le impide ver
    que lo que describe en su post, es el pan de todos cada día:
    buscar "un" lugar.
    Usted debe ser muy querido,
    pero si se empeña en dar tantas vueltas, acabara perdiendose.
    Algunos necesitamos raiz,
    otros perderse.
    Usted decide.

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  2. "Seco", no es un cuento es realidad, es tu habitat natural.
    Me imagino cuando llevabas aquellas barbas de chivo con gorro de mohamed, ¡¡COMO NO TE IBAN A MIRAR¡¡, si darían ganas de pagarte un pasaje a Ulan-Bator para que nos contases como es la vida del mongol en el Gobi.
    Eres un monstruo "Gengis Jan".

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  3. El comentario de arriba es del Conquense.

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  4. Vamos a ver, mis queridos "anteriores comentarios": Si cuento un cuento, es eso: UN CUENTO. Pero, nada, a malinterpretarme.
    Gracias, de todos modos.
    P.D. "Conquense" no hacía falta tu 2º mensaje. Sabía que eras tú.

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  5. Härzkäfreli.Al leerte hoy ...dice;
    Touché.!Es lo que más me ha gustado de lo que has escrito.La que tú ya sabes..Lo hace por email.
    Entre tú y yo... es una petarda y no me importa que lo lea. Te doy permiso para traslades aquí, lo que te escriba .Ahora...sigo estudiando ,que quiero salir esta noche.Besos viejo.!
    Gracias, por el favor.Eres un tío auténtico.Y cuidado con la gárgola.!

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  6. Hey amigo! ...yo estaba convencido de que era un cuento. Desde el principio. Lo que no entiendo es el porqué de tanta foto de rubias. Eso no lo entiendo. jejeje.

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